No lo entiendo. Me dan las gracias por cumplir con mi obligación. No tiene sentido. Hago lo que dicen las autoridades que haga porque, repito, es mi obligación. Como ciudadano, debo respetar las directrices de quienes están encargados de gestionar la convivencia. No soy un héroe. No soy alguien que deba ser objeto de admiración o de palabras grandilocuentes por parte de los representantes públicos. Me dijeron que me encerrara en casa y que no saliera, y eso es lo que hago. Me dijeron que continuara con mi trabajo, ahora por medios telemáticos, y eso es lo que estoy haciendo. Cuando me digan que ya puedo salir, saldré; y si he de hacerlo con mascarilla, me pondré una mascarilla; y si he de evitar los confinamientos, evitaré los confinamientos. Repito: no soy un héroe; no somos unos héroes. Por eso, no entiendo las alabanzas a la ciudadanía. Cumplimos con nuestra obligación. Eso no puede ser objeto de premio. Eso es lo normal. Lo normal es que todos cumplamos con nuestra obligación y que lo hagamos sin esperar nada a cambio.
Una sociedad madura no necesita ser alabada por cumplir con su obligación; una sociedad inmadura, sí. ¿Es la reiteración de esa alabanza una estrategia formalizada para contener de alguna manera el previsible malestar de los confinados? Cuando nuestras autoridades insisten en la alabanza, ¿están poniéndose la venda antes de la herida? ¿Están tratando de “suavizar” lo que presuponen que debe ser una situación insostenible entre los encerrados? ¿Acarician a la fiera para que se calme y desista de su posible impulso violento?
¿Se agradece la alabanza? Sí, una vez; dos a lo sumo. Como gesto puntual. Como muestra esporádica de una gratitud. La reiteración, la cansina repetición, es lo que convierte la alabanza en un mensaje insincero.
No soy un héroe por cumplir con mi obligación ciudadana, repito. Los auténticos héroes son aquellos que van más allá de su obligación profesional y ponen su vida en peligro para salvar la de muchos.