De la vida V. Senado de los egos 2

[…] Senadores, si los hechos quedaran solo en acciones, no merecerían más quehacer el de ser contados, asumidos y aceptar que, con el paso del tiempo, serán sepultados; pero cuando estos, los hechos, no son tales, sino ideas que farfullan en el intelecto, que crecen y decrecen sin que sepamos cómo ni por qué, que se vuelven inabarcables en sus pretensiones o imposibles por minúsculas en sus proyecciones, cuando lo que yace dentro vale muchísimo porque está oculto, la sola idea de aspirar a que emerjan al exterior ya supone un ejercicio ímprobo, pues mal traductor de interioridades es el idioma. Cualquiera. No existen correspondencias exactas entre el yo que se piensa y el yo que se expresa. Lo saben. Por eso somos tantos en este foro y por eso, mis egos, trataré de aclimatar mi verbo al entendimiento que nos es colectivo para que este discurso no sucumba entre retoricismos que obedecen, bien lo saben los dioses, muy bien los escribanos y los escribientes, y los que los leen, y de manera indubitable ustedes, sobre todo al miedo por decir las cosas como la voluntad mueve a que sean dichas. Miedo, en el fondo, a la verdad egocéntrica. La flor es bella cuando con verla resolvemos llamarla «bella»; pero, por miedo a que lo dicho por nuestros labios la marchite, nos vemos impelidos a no llamarla como se debe, «bella», sino a como artificialmente consideramos que deberíamos nombrarla para que no se haga en ella el otoño. Hoy quiero llamarla «bella», sí, así, «bella», porque nos interesa la flor. Nuestra flor. Qué gran problema, senadores, es el no decir aquello que queremos por muchas palabras que empleemos para silenciar nuestro verdadero mensaje. Coincidirán en que la turbidez de mi discurso disuelve el interés que les he reclamado; pero, créanme cuando les digo que muchos “algos” que nos atañen tengo que contar. No sé si lo haré bien. No sé si seré capaz. No sé si… No sé, en suma.