El mundo está lleno de nombres que, en vida, perecieron con el tiempo a manos de verdades universales, verdades que terminaron por derruir los templos que edificaron con ladrillos que no se podían discutir ni cuestionar. Edificios fueron aquellos, sí, donde se sacrificaron las vidas y las palabras de muchos que, señalando al frente, declararon, como el sabio niño, «pero si está desnudo». He aquí a los verdaderos santos inocentes, los mártires del conocimiento; y he aquí, en los dueños de estos templos destruidos, a los verdaderos Herodes, que siguen, entre sus descendientes, sin atender a su desnudez.