Cuidando el legado de los vientos

I

Cuidar el legado; procurar que lo que se considere definitivo esté lo suficientemente pulido, que ese «no le toques ya más, que así es la rosa» juanramoniano coja forma y entidad, y se sujete a esa herencia que los autores donan a sus lectores cuando declaran que ahí, en ese tomo que lleva por título, por ejemplo, Obra poética completa, se encuentra todo aquello que le hubiese gustado que se leyera en su momento tal y como aparece ahora; tal y como, si nada lo impide, se ha de leer por los siglos de los siglos.

En no pocos escritores, esta suerte de crónica de los haceres tiene mucho de despedida; de firme asunción de que, tras lo mostrado, ya no hay posibilidad de cambio. Es una irreversibilidad tan propia de la muerte, figurada o no, que en alguien tan joven aún como Víctor Álamo de la Rosa (1969) y que tanto le queda por componer puede causar desconcierto. De ahí que sea necesario encontrar otras razones, que no sean las de los adioses, para entender el porqué de su último libro, Trabajar en los vientos (Mercurio Editorial, 2021), que reúne toda la producción poemática del escritor.

A mi juicio, este título cierra una etapa como poeta de versos que la prudencia me impide calificar de “cese definitivo”. No descarto el que retome la labor de vate con la que empezó en el mundo literario hace ya más de tres décadas, aunque no creo que sea a corto o medio plazo. Ahora mismo no veo al autor inmerso en el esbozo y realización de composiciones que le lleven a la concepción de un nuevo poemario, quizás porque de sus recientes proyectos (la ficción que representan novelas como La ternura del caníbal o los textos de temática poético-argumentativa Da que pensar y El Hierro, la isla al principio) infiero que todavía tiene mucho que ofrecernos en la que está siendo una excelente y fecunda parcela de la prosa; y quizás también porque basta mirar el índice del libro para detectar que, desde 2016 hasta ahora, de su labor poética solo se salvan los siete poemas que aparecen impresos, lo que viene a demostrar de algún modo que sus pulsiones creativas no se hallan en este momento sujetas al género lírico.

Acepto, pues, que hablar de «cierre» en el contexto planteado de fin absoluto es inexacto. Lo reconozco. Vista la edición, que distribuye las 236 piezas merecedoras de pasar a la posteridad en tres partes (poemarios, poemas sueltos y poemas inéditos) y que establece como márgenes cronológicos principales el periodo comprendido entre 1987-2016, es posible que debamos atender antes al hecho de que el producto representa la reivindicación de un admirable legado  que viene avalado por los abundantes fragmentos de reseñas que se reproducen en el apartado dedicado a la bibliografía anotada, donde se da cuenta de la calidad de las composiciones que recogen las páginas del libro.

Salvo en el dramático —la gran ausencia en su currículo—, en los géneros narrativos (tanto para un público adulto como para uno infantil-juvenil), líricos y ensayístico (en prensa fundamentalmente) Víctor Álamo de la Rosa destaca sobremanera. Nadie cuestiona su enorme contribución a la literatura española con arraigo en Canarias ni el que sea uno de los más brillantes referentes en la actualidad, no solo por el tesoro de la producción que ha firmado hasta nuestros días, sino porque es posible plantear el que siga incrementándolo a tenor de su edad y de su activismo creativo.

II

Trabajar en los vientos (Poesía completa) es el primer tomo de la Biblioteca Víctor Álamo de la Rosa, una iniciativa editorial que, como todas las colecciones de autor, aspira a cumplir con la función de reunir los títulos de un escritor, siguiendo los criterios que se consideran más adecuados, de manera que sea posible configurar las vías por donde deberían transitar los lectores, con independencia de su grado de especialización, para que se puedan hacer una idea cabal de las dimensiones y el valor del mapa poético trazado en las páginas de un indeterminado número de tomos. Toda obra reunida busca ese propósito, así como el de volver a poner en circulación publicaciones que han quedado descatalogadas y/o que son muy difíciles de conseguir.

En estos aspectos, la biblioteca que propone la editorial madrileña no es muy diferente a las de otras homólogas. Tampoco lo es el que se haya dado una circunstancia determinante para que el resultado final de la iniciativa cultural sea el que es: la presencia activa del autor durante el proceso de edición. Aunque los avances tecnológicos, la “juventud” del objeto de estudio (34 años tiene el poemario más antiguo) y la sencilla trayectoria editorial del material abordado induzcan a considerar que el ejercicio filológico en una publicación como Trabajar en los vientos es secundario, lo cierto es que no es así porque el quehacer ecdótico en obras de esta naturaleza exige la asunción de una serie de decisiones a la hora de fijar el texto que van más más allá de la simple corrección de erratas debidas a fallos en la impresión de las primeras ediciones para atender a las consecuencias que se derivan de los años de distancia y, hasta cierto punto, de olvido al que han sido sometidos los poemas y las circunstancias de su creación y publicación. Todas las atenciones para obtener el texto definitivo pasan, como en este caso, por una minuciosa lectura del material original y un profundo análisis sobre su naturaleza y su capacidad de supervivencia como producto poético. Es aquí donde la estrecha colaboración entre el editor y el autor adquiere un valor especial que, a mi juicio, queda bien reflejado en las páginas del libro que nos convoca.

Frente a lo que pueda creerse a priori, lo cierto es que volver al pasado para dejar un testimonio definitivo en el presente y pensando, sobre todo, en el futuro es un ejercicio muy complejo, pues donde se muestran las facilidades propias de la disponibilidad absoluta de los textos surgen los inconvenientes del grado de intervención que requieren; donde se hallan los recursos técnicos y académicos para abordar esta empresa editorial aparecen las dificultades “arquitectónicas” sobre cómo articular un producto literario que permita vislumbrar de la manera más adecuada posible una vía creativa tan particular como es la que representa la obra lírica de un autor que, aunque comenzó desarrollando este género, debe su celebridad a su trayectoria narrativa. ¿Hasta qué punto mantener lo que hay o cambiarlo? ¿Cómo? Y lo que es más importante: ¿Por qué? ¿Con qué nuevo intelecto se leen los versos que se dieron por definitivos en su momento, antes de ser impresos? Ese es el reto que plantea, a mi juicio, este primer tomo de la Biblioteca Víctor Álamo de la Rosa.

III

Trabajar en los vientos (Poesía completa) distribuye su contenido en dos grandes bloques: por un lado, el que recoge las composiciones, que se disponen siguiendo un escrupuloso orden cronológico regido por la máxima de que la secuencia temporal de las publicaciones (Ángulos de la medianoche, 1990; Fósiles o armaduras del tiempo, 1991) no es la de las creaciones (Fósiles, 1989; Ángulos, 1990). Para una edición como la que nos ocupa, este axioma condiciona el metafórico camino por el mapa poemático ya apuntado; en consecuencia, el objeto físico denominado Ángulos aparece después del que recibió el premio de la Casa de Venezuela en Canarias en 1989 y no antes, como de manera comprensible se recogen en los catálogos bibliográficos.

Por el otro, el que contiene la crítica literaria, en forma de reseñas, artículos eventuales, textos de presentación, etc., que se han compuesto sobre cada uno los títulos de este libro. Ambas partes cuentan con la bendición, a modo de estudio preliminar, de un especialista de la talla de Sabas Martín, quien une a su loable desempeñó como poeta, novelista y crítico una cualidad que es excepcional para el propósito trazado con su intervención en este proyecto editorial: el conocimiento de la trayectoria de nuestro autor desde el comienzo, sobre la que ha escrito en muchas ocasiones. Ha sido y es, pues, un inmejorable testigo de las poco más de tres décadas que se recogen en este primer volumen de la Biblioteca Víctor Álamo de la Rosa que nos convoca, una obra que debe reconocerse como la organizada crónica de una larga y laudable empresa literaria que, con permiso de sus quehaceres narrativos, sitúa al escritor tinerfeño-herreño en el olimpo de los gigantes líricos en nuestra lengua. Podrá o no volver a los versos, eso es ahora mismo lo de menos porque su legado, trabajado entre cuidados y afectos, ya habita donde los vientos.