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Despertares

[1] Yo quisiera nuevamente, Ana, escribirte; y hacerlo en mejores términos a como lo hiciera hace cuatro años, cuando tuve el honor de participar en tu ópera prima, aquel Atardecer mágico bajo la noche (Beginbook Ediciones, 2011) que todavía evoco con afecto y buenos sentimientos, pues me resulta imposible no ligar este título a uno de esos principios que dan sentido a mis inquietudes editoriales: ayudar a construir, en los astilleros de la creatividad lingüística ajena, librescos navíos para que las nuevas palabras recorran los océanos de las lecturas y puedan recalar en los mejores puertos lectores.[2] Pero si entonces, más joven, más fresco y con menos telarañas, hice lo que hice, ¿qué puedes esperar ahora de mí que, con acentuada vejez e inoperante verbo, me siento más andrajoso de pensamientos y, en el entendimiento, de una tosquedad tal que los límites de mi mundo casi no exceden los de mi humilde hogar, cuando no los del cuchitril que por despacho tengo?

Con este paupérrimo petate de viajante a ninguna parte, dime, mi apreciada Ana Pilar, si no es normal que me sienta un tanto inquieto sobre cómo dirigirme a ti en esta segunda oportunidad que se me ofrece de abordar un excelente quehacer como es el que nos convoca; el cual, visto con las debidas perspectivas, me permite concluir que el tiempo pasado desde que soltaras amarras te ha sido tan beneficioso en lides literarias como en experiencias para la escritura.

La preocupación sobre cómo he de cabalgar en este prólogo[3] no impide la presencia de algunas certezas que, hasta cierto punto, me tranquilizan y me hacen albergar buenas expectativas sobre el reto de componer estas palabras que te dirijo. La primera de todas tiene que ver con el hecho de que (a pesar de mi herrumbre mental) aún siga siendo capaz de hallar, sin mucho yerro, esos puntos de luz que, como guías estelares, brillan entre las tinieblas para conducir a los marineros hacia donde moran las buenas letras, las que deben ser compartidas y preservadas porque se han ganado el derecho a formar parte del patrimonio cultural de una colectividad, ese inmanente tesoro que todos sentimos como nuestro y que, a toda costa, debemos proteger.[4]

La segunda es una consecuencia de la anterior: la capacidad de ver estrellas me ha posibilitado detectar cuáles están ya consolidadas en el firmamento y cuáles, gracias a su singular fulgor, han surgido con el único propósito de quedarse entre nosotros, lo que me permite creer de manera indubitable en la infinitud demiúrgica del universo, pues todavía y siempre es posible encontrar algo que ayude a desmontar el célebre aforismo latino nihil novum sub sole. Esta fe inquebrantable, que me confirma tu obra, concede un emocionante privilegio a este humilde que te escribe en forma de percepción que he convertido en irrefutable teoría: todo nuevo libro emprende su viaje a través de una ruta inexplorada y con unas cartas de navegación propias e intransferibles; de ahí que cada travesía sea diferente y, distinto, cada puerto de atraque. El sosiego de este convencimiento proviene de la curiosidad (vigente aún en mi ánimo) que me produce el deseo de ver cómo, en los astilleros de la edición de textos, se hace posible la construcción de un volumen llamado a emprender una aventura única.

La última certidumbre procede de un convencimiento que, por fortuna, está adquiriendo cada vez más peso en la conciencia de mi generación (qué lástima que no haya calado mucho en la que me antecede): la defensa de un reemplazo que permita a los andantes veteranos sentir que el camino recorrido ha sido bien acondicionado para que los recién llegados puedan realizar la parte del tramo que les corresponde.[5]

Las tres verdades expuestas me conceden la necesaria tranquilidad para modelar estas palabras a pesar de los obstáculos que siento ahora mismo (como buen juntaletras que soy) para acometer la empresa a la que me enfrento con tantos temores como alegrías: dar mis bendiciones a este libro. Y me dan la paz esperada porque justifican plenamente mi vínculo con este hermoso Despertares: la primera concede a este poemario el carácter mágico de las poéticas que merecen conservarse y difundirse por atender con fidelidad a los fines de una creación llamada a conmover y facilitar al lector la identificación de sus sentimientos con los de nuestra autora; la segunda nos muestra que hay nuevas voces, inéditas vías emocionales, que merecen ser cartografiadas en poemarios como el que tienes en tus manos para que sea posible la configuración de innovadoras proyecciones a partir de vivencias compartidas; la tercera es la que más nos une al ciclo de la vida, pues me permite ver con ojos invernales la llegada de la primavera, sentir con otoñal ánimo cómo es razonable ceder el paso al vigoroso estío…

En este instante, en el que voy dando forma poco a poco a esto que lees, me inunda en él ánimo la convicción de que lo más hermoso de la memoria se halla en situaciones como la que representa este volumen, pues, al volver la vista, contemplo con agrado cómo el ayer de una semilla plantada con ilusión (los Atardeceres…de una niña) se ha transformado en el bello rosal de un hoy (los Despertares de una joven). Ante mí, como reconfortantes premios que las letras me han concedido y que valoro muchísimo más de lo que te puedas imaginar, se muestran el poder contemplar con mis particulares verdades los puntos de partida y de llegada en un mismo plano de conciencia, el descubrir contigo cómo se forja un nuevo lenguaje poético amoldado a tu condición y acorde con los intensos cuatro años de evolución constante que has vivido y, por último, el saber que algo de esta industria le toca a este humilde que te escribe.

Como ya hiciera hace cuatro años, amiga, permíteme volver a esa lejana biblioteca que no sé si existirá, pero que tiene entre sus estantes un libro intitulado Atardecer mágico bajo la noche. Su autora será en ese momento una venerable anciana escritora de reconocido prestigio quien, una hora antes de recibir otro galardón por su trayectoria literaria, paseará con un grupo de anfitriones por las salas del edificio hasta llegar a un espacio engalanado para la ocasión con guirnaldas, fotos y libros suyos. La veo coger con delicadeza Atardecer… Sé que hojeará sus páginas mientras una leve sonrisa, la de esa inocencia y albura que no han dejado de morar en algún remoto lugar del jardín preciado de su corazón, le iluminará el rostro. Sin ser el más perfecto, dirá, es el más puro de todos porque se escribió sin más artificios retóricos que los de las palabras esculpidas a base de impresiones.

Luego (continúo la evocación), tomará entre sus manos este Despertares. Con ambos libros en la mano, recordará lo que le decía a quien esto te escribe, en abril de 2015, en el Departamento de Lengua castellana y literatura del IES José Zerpa, sobre la presencia de poemas en Atardeceres… que no dudaría en suprimir: «Cómo he podido publicar eso», les dirás que me dijiste entonces. Sé que luego sonreirás de manera más amplia y —noblesse oblige— tendrás que reconocer que te respondí ponderando la incuestionable importancia de tu ópera prima: «Gracias a ella has podido componer el libro que nos ha reunido nuevamente, pues los trazos poéticos ya perfilados que ofrece este poemario son la respuesta a una llamada hacia la escritura que realizaste en 2011 con Atardecer…». Quizás se te ocurra contar al grupo de anfitriones que pasea contigo por la biblioteca que no sé si existirá, a modo de anécdota ajena, que lo mismo me ocurrió con mi primogénita Cervantófila teldesiana.[6]

Solo me resta compartir contigo un deseo que, dado lo vivido, entenderás como inevitable: si fuera posible, me gustaría estar presente cuando decidas emprender tu siguiente ruta literaria y, si no es imposible, no estar muy lejos cuando esta sea la penúltima por haberse publicado la cuarta; y, ya puestos, siempre que los vientos del azar sean favorables, cuando tantos librescos navíos hayas firmado como dedos hay en las manos que firman; y, cómo no, cuando… Si al término de tu primaria nos encontramos con el feliz Atardeceres…, con todo lo que ello supuso y, con lo que implica ello, a la conclusión de tu secundaria nos hemos reencontrado con este dichoso Despertares, cómo no voy a querer que nos volvamos a ver dentro de dos años, cuando recojas los fecundos frutos cosechados en las huertas del bachillerato inminente; y más cuando sé por dónde están fluyendo tus inquietudes en este momento gracias a los sutiles trazos que me has ido adelantando.

La luz de los atardeceres es la metáfora de una infancia sobre la que ya se empieza a tener constancia de que se está quedando atrás. La de los despertares, por su parte, refleja la percepción de un nacimiento al nuevo día. Es la asunción de que un largo camino queda por recorrer y que transformará las horas del reloj en años de mundología. Por eso son importantes estos Despertares, mi admirada Ana Pilar, porque llamas con ellos a la vida y porque, ante su calidad, predispones a cuantos te conocemos a esperar lo que tienes que compartir con nosotros hacia la aurora, el mediodía, la siesta… de la que será, sin duda alguna, una apasionante existencia, como es la que te espera.


[1] Preliminar a Despertares de Ana Pilar Suárez Yera. Beginbook Ediciones. Págs. 3-9. ISBN: 978-84-944069-3-5; Depósito Legal: GC 402-2015.

[2] Veo en el horizonte todavía el velamen del último barco zarpado: los Acrósticos para Dulcinea compuestos por quince poetas coetáneos tuyos, alumnos todos del IES José Zerpa.

[3] Esta dificultad ya no debe parecerte algo raro o desconocido, pues la búsqueda de la expresión de lo inefable tras la inspiración constituye buena parte de los cimientos sobre los que se componen los primeros poemas de este Despertares. Has empezado de este modo a entender buena parte de las desazones que sienten los escritores cuando se enfrentan al infinito de una hoja en blanco y se ven impotentes para plasmar en grafemas aquello que zozobra en su intelecto.

[4] Que por mí hable, en este punto, la colección Biblioteca Canaria de Lecturas que me honra con la dirección y edición de sus tomos, todos tan fascinantes como excelentes hacedores de ese lustre imperecedero que convierte a la literatura en un arte exquisito.

[5] Y ahora, sin esperar ni un minuto más (ni plantearte cómo puedo pedirte en esta abrileña nota lo que te solicito), deja de leer este prólogo, conéctate a Internet y busca el siguiente artículo de Elvira Lindo: “El arte de irse”, publicado en el periódico El País, el domingo 3 de mayo de 2015.

[6] Y dirás, si te acuerdas, que este que te escribe con tanta alegría, no exenta de temores por la responsabilidad de prologar este importante libro, había publicado su primer libro en marzo de 1998; una obra que, de manera rimbombante, tituló Cervantófila teldesiana porque deseaba unir en el enunciado la tierra de mis orígenes (Telde) con una condición intelectual que todavía me contempla: no soy un cervantista, una suerte de “cardenal” de los estudiosos de Cervantes; sino un cervantófilo, que equivale a poco más que un “anacoreta” o, en el mejor de los casos, un “monje” o “misionero” del Príncipe de las Letras. Les comentarás, si no lo olvidas, que de este libro solo salvó su autor tres cosas que, a día de hoy, las sigo teniendo como los más preciados tesoros: el título del ensayo («tan raro como bello», les apuntarás que te dije), la imagen frontal de la cubierta (creada por mi hermana Nuria Santana Sanjurjo) y, sobre todo, el que hubiese sigo el primero de la caterva de libros que le han seguido y que, como La Galatea cervantina (1585), sirvió para mostrar a su autor el camino contrario que debía seguir: a la de Cervantes siguió la primera parte del Quijote (1605), a mi Cervantófila…, a mi… qué más da mentar ahora sus seguidores. El caso es, Ana Pilar, que tanto el Manco de Lepanto, como tú y como un servidor hemos tenido un primer volumen que deseamos de alguna manera olvidar o, de modo más amable, no tener muy presente, lo que no deja de ser injusto porque este primer título ha sido fundamental para los continuadores. Conclusión: que sin Atarderes… quizás nunca hubiese nacido estos Despertares.