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No pasa nada

Es esta una democracia que sostiene la libertad de expresión, afirmo. ¿Debo preguntarlo? ¿Debo preguntarles si es esta una democracia que defiende la libertad de expresión? No es baladí mi pregunta, pues me dirijo a ustedes convencido de que no pasa nada si mis ideas no les convencen; tampoco, si les atraen. No pasa nada si no están de acuerdo conmigo. No pasa nada si no estoy de acuerdo con lo que escriben. No pasa nada si considero que no se merece una persona equis homenaje alguno. No pasa nada si no estoy de acuerdo con lo que ha decidido la mayoría, bastará con que lo respete. ¿Digo algo inaceptable?

No pasa nada si no tengo una opinión favorable sobre alguno de los presentes, pues ha de bastar con que le respete. No pasa nada si afirman que no les gustan mis palabras. No pasa nada si, en mi convicción como ciudadano-testigo, considero que el uso de argumentarios que constriñen la libertad de pensamiento dice muy poco de los partidos políticos y de las cualidades intelectuales de sus miembros. No pasa nada si me parece que la manera de pensar de muchos aquí presentes no es la correcta. No pasa nada si defiendo el que jamás se practique la pena de muerte. No pasa nada si sostengo mi malestar por la impresión que tengo de que los Derechos Humanos no se respetan en ningún lugar del planeta. No pasa nada si defiendo la cancelación unilateral por parte de nuestro Estado de los acuerdos con la Santa Sede de 1979 o, en su defecto, la modificación profunda de la mayoría de los conciertos para que se adapte el credo a la auténtica situación religiosa del actual Estado y no viceversa. No pasa nada si defiendo el que la enseñanza religiosa, sea de la naturaleza que sea, se realice fuera del horario escolar reglamentario: ¿Qué sincero devoto prescindiría de cumplir con sus obligaciones después de sus horas laborales, ya sea atendiendo a su alma; ya, a la de sus hijos? No pasa nada si considero que donde dice «estado aconfesional» creo que sería mejor que pusiese «estado ateo».

No pasa nada si, en el ejercicio respetuoso de mi libertad de expresión, les expongo ahora esta suerte de letanía compuesta para reivindicar la libertad; una libertad, esta, que me ha de permitir el sostener que no pasa nada si no creo en la vida eterna; y que no pasa nada si creo en el derecho a morir de acuerdo con lo que yo considero que es morir dignamente. En este sentido, no pasa nada si yo, dueño de mi existencia, como considero firmemente que soy, decido hacer con ella lo que considere más adecuado y plantear, ya que no pude decidir el comienzo de la vida, cómo y cuándo quiero que sea el final. No pasa nada si no estoy de acuerdo contigo, contigo o contigo…

No pasa nada si sostengo que deberían eliminarse todas las fiestas religiosas y sustituirse el día de los Santos por el de los Derechos Humanos; el de la Inmaculada, por el día de los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional; la Navidad, por el Día Internacional de las Familias; el día de Reyes, por el Día Internacional de la Solidaridad; y la Semana Santa, cómo no, quedaría despedazada en varios días significativos: Tercera Edad, Discapacitados, Infancia, etc.

No pasa nada si creo en la libertad absoluta. No pasa nada si pueden confundir mi concepto de la libertad con el de «libertinaje»; tampoco si ocurre a la inversa. No pasa nada si considero que la mayoría absoluta de un parlamento no puede traducirse en una suerte de totalitarismo consentido bajo el amparo de una ley electoral más propia de bandoleros que de hombres de bien. Si así pienso, nada pasa, ¿verdad? No pasa nada si les parece que mi manera de pensar no es la correcta; tampoco, si no estoy de acuerdo con las propuestas de muchos en esta sala. No pasa nada si no tienen una opinión favorable sobre mí, bastará con que me respeten igual que yo les respeto.

No pasa nada si defiendo que todo está regido por el azar, absolutamente todo. No pasa nada si defiendo que deben regir los destinos de una sociedad las personas más cualificadas. No pasa nada si considero que es una inmoralidad despreciable las actuaciones regidas por el dictamen de lo «políticamente correcto». No pasa nada si creo que las leyes sobre el aborto son excesivamente restrictivas y considero que por encima de todo está la decisión de una mujer, vaya o no a ser madre, quiera o no ser madre. ¿Pasa algo si defiendo a ultranza el que todo el mundo, sea de la condición que sea y tenga las inclinaciones sexuales que tenga, tiene derecho a casarse y tener hijos, ya sean naturales, ya sean adoptados? Porque no pasa nada si dos hombres se aman, ni si son dos mujeres tampoco, ¿verdad? No pasa nada si las mujeres que se aman adoptan hijos, y los crían, y les dan aquello que, en ocasiones, una pareja heterosexual es incapaz de darles. Tampoco pasa nada si los dos padres son varones.

No pasa nada si no creo en la honestidad ni en buenas intenciones de los partidos políticos, los sindicatos, las confederaciones empresariales, los bancos… No pasa nada si pienso que otro podría desempeñar el cargo que tienes mejor que tú; ni pasa nada si no creo en tu dios. No pasa nada si expreso mi desafección hacia la actual ley electoral, que favorece el bipartidismo y el que los votos tengan diferente valor. No pasa nada, en suma, si esta letanía por la libertad se ofrece caótica en la enumeración de sus razones de ser; no pasa nada… Llamémoslo heterogeneidad o principio para la coexistencia entre elementos opuestos: los de ustedes y los míos; y los que hay entre ustedes. Porque, en realidad, no pasa nada, ¿verdad? ¿O sí? ¿Debo temer por la reacción que causen mis palabras? Confío en que no, yo no desconfío de ustedes; al menos, no en lo que toca a la defensa de la libertad de expresión, pues, de lo contrario, nada de lo que ahora mismo está sucediendo hoy, aquí, ahora y así tendría sentido.

El príncipe debe reinar