Las metamorfosis aka El asno de oro – Capítulo 18

Capítulo 18. La historia del amante escondido

Se cuenta que había una vez un pobre operario que se debatía en estrecheces económicas y que malvivía con el reducido salario de su trabajo. Este hombre tenía una esposa muy conocida por su extremado libertinaje. Cierto día, el hombre se fue temprano a cumplir con sus tareas y al rato entró en su casa un atrevido galán con las intenciones que todos ustedes pueden presuponer. 

Sigo. Mientras los amantes satisfacían sus antojos con la mayor libertad, el marido, que lo ignoraba todo y que nada sospechaba, volvió de improviso a su hogar. Le extrañó ver la casa cerrada y trancada; pero lo justificó apelando a la extremada virtud de su esposa. Llamó a la puerta y anunció su llegada con silbidos. La mujer, que era astuta y, por lo que sabe, muy práctica en hazañas de esa clase, cogió a su amante y lo encerró en una tinaja vacía que había en un rincón. Cuando comprobó que estaba bien escondido, abrió la puerta y, sin esperar a que su marido entrara, lo acogió con una dura reprimenda:

Mujer. ¿Sin dinero y, encima, sin ganas de trabajar? ¿Qué vas a hacer? ¿Te dedicarás a pasear de aquí para allá como un vagabundo? ¡Ay, qué desgraciada soy! A mí me toca dislocarme los dedos hilando lana noche y día para que al menos no falte en la habitación la luz de una simple candela. ¡Cuánto más feliz es mi vecina Dafne! De buena mañana bebe y come hasta reventar mientras retoza con sus amantes.

Marido. ¿Por qué hablas así? Hoy nos han dado fiesta porque nuestro jefe debía atender un pleito. Aun así, me he preocupado de la cena de esta noche. ¿Ves esa tinaja que siempre está vacía, que ocupa tanto sitio inútilmente y que en realidad tan sólo sirve de estorbo en nuestro hogar? Pues bien: la he vendido por seis denarios. En breve llegará el comprador para llevársela. Venga, échame una mano. Vamos a transportarla hasta la entrada.

Mujer. Vaya, vaya, qué entendido en negocios eres. Yo, siendo mujer y sin salir de casa, he conseguido vender esa misma tinaja por siete denarios; y tú te deshaces de ella por menos dinero.

Marido. ¿Y quién es el que la ha comprado a tan buen precio?

Mujer. Tonto, hace un siglo que se ha metido dentro para comprobar de cerca su solidez.

El otro no dejó en mal lugar a la mujer. Saliendo resueltamente del interior del recipiente, dijo:

Galán. ¿Quieres, madre de familia, saber la verdad? Tu tinaja es demasiado vieja, está cascada y tiene muchas y amplias grietas. Oye, buen hombre, quienquiera que seas, tráeme enseguida una luz para rascar cuidadosamente la suciedad interior y ver si vale todavía para algo. ¿O te figuras que me resulta fácil ganar el dinero?

Sin demora ni sospecha, el buen marido enciende la lámpara y añade:

Marido. Retírate, hermano, y siéntate tranquilamente hasta que yo mismo te la presente debidamente limpia. 

Y, sin terminar de hablar, se quita la ropa, se mete dentro con la luz y se pone a rascar la añeja roña de la corroída tinaja. Por su parte, el galán, el apuesto galán, mientras la esposa del operario se asomaba a la tinaja, se ciñe estrechamente a ella y la manosea a su gusto. Ella, con la cabeza dentro de la tinaja, se burlaba de su marido con la astucia y el desenvolvimiento de una cortesana:

Mujer. Has de rascar por aquí, por allí, por allá, más allá todavía… Sigue, no pares…

Patricia Franz Santana - Asinus

Asinus de Patricia Franz Santana