Las etapas de la muerte

Accédase a la presidencia negando la realidad, negando que se es un candidato poco votado, un líder dentro de un partido en un severo proceso de desintegración y sin soportes firmes, un visible representante de una formación cuyas estrategias políticas no gozan del necesario apoyo y cuya línea ideológica dista muchísimo de ser conocida de manera cabal. Niéguese también la carencia de la necesaria competencia para ser un eficaz gestor, la falta de sintonía entre el equipo presidencial y demás circunstancias que, en esta primera etapa, quedarán siempre escondidas bajo las alfombras palaciegas, bajo los «estamos empezando…», los «hay que dar tiempo al tiempo…» y demás expresiones por el estilo.

Tras la negación, vendrán la ira, el enojo… Vendrán las amenazas con los tribunales; vendrán los malos modos, la altisonancia, la grosería, la pérdida de los papeles, los desplantes. Vendrán el falso corporativismo, el apoyo incondicional que será más condicional que nunca, la sombría solidaridad entre los miembros del equipo presidencial. Todo estará envuelto en esa aureola de ira y enojo contra el mundo exterior. Llegará el «cuánta ingratitud…» y el «no podrán con nosotros…» entre palmadas de efusividad encubierta en la zona de los músculos trapecio, romboide mayor e infraespinoso. Vendrán el disparar hacia todo lo que se mueve y el convencimiento de lo estúpido que es el pueblo porque no sabe valorar el esfuerzo que está realizando. En última instancia, vendrá la tranquilidad de sentirse protegido de tanta ignominia porque las paredes del palacio son demasiado gruesas.

Mas un día llegará la pena, la tristeza… Un día, el accedido presidente se derrumbará: se mirará al espejo y se preguntará si realmente merece la pena todo lo que está haciendo. Pensará en las horas de sacrificio familiar, en los traidores que ha ido descubriendo en los últimos tiempos (a muchos de los cuales protegió en la etapa de la ira, el enojo…); pensará en esas pequeñas cosas que ahora no debe hacer. También pensará en las que no puede hacer y en aquellas que nunca sabrá hacer. Se sentirá débil, vulnerable… Aunque no dude de sus buenas intenciones, dudará de si estuvo lo suficientemente preparado para acometer la más alta de sus empresas vitales laborales. Eso sucederá quizás el día en el que el accedido presidente descubra, mirando a través de la ventana de su despacho, que el mundo exterior que ve, ese mundo lejano compuesto por ciudadanos anónimos a los que está convencido que ha servido con abnegación, es mucho más desconocido de lo que se puede imaginar porque las paredes del palacio son demasiado gruesas.

Por último, llegará la aceptación del final. Llegará al ánimo la percepción del «hasta aquí hemos llegado…», del «se acabó lo que se daba…» y todo cuanto envuelva al presidente será ya intrascendente, insulso, efímero. Las agendas comenzarán a cerrarse, los cajones se vaciarán; se guardarán los retratos, se archivarán las carpetas, se cerrarán por última vez muchas puertas y se andarán muchos últimos tramos de pasillo. En la aceptación, todo será circunspecto y sereno; todo quedará envuelto en el reconocimiento de que muchos pasaron por esta fase terminal y muchos terminarán pasando por ella. Es ley de vida.

Moiras Chacaritas