TIC cataplaf

Un error: creer que el actual alumnado domina las nuevas tecnologías. Prefiero visualizar la relación que mantiene con la informática como un vínculo más propio de la cotidianeidad que de la destreza. A sus edades, nuestro “dominio” se circunscribía a la capacidad de pasar la música de un disco de vinilo a una cinta de casete o a la configuración del vídeo VHS para poder ver películas en el televisor, poco más; pero ni entonces dominábamos aquellos rudimentos ni ahora cabe hablar de dominio informático. Esto es un exceso verbal, a mi juicio. Familiaridad. Creo que es más ajustado este término a la situación.

Otro error: creer que el actual alumnado disfruta con las clases que se realizan a través de las nuevas tecnologías. No. Puestos a elegir, es más entretenido apretar un botón que usar un bolígrafo; pero si le diéramos a elegir entre una clase con ordenadores y un estar en la cancha, la respuesta sería la que hubiésemos dado los de mi generación: fuera del aula, siempre.

Una clase con ordenadores es una clase rutinaria; aunque a los docentes que estamos en la franja comprendida entre la cuarta década y el medio siglo de existencia nos parezca algo excepcional si la comparamos con lo que teníamos. No debemos olvidar (sí, tú, mi coetánea, y tú también, mi coetáneo) que a nosotros nos causaba una profunda indiferencia el que nos proyectaran una película en el colegio o un pase de diapositivas, y a nuestros docentes de entonces aquello debería parecerle algo tan fuera de lo común que, sin duda, más de uno (por los ademanes decimonónicos que arrastraba) debía decir eso de «¿adónde vamos a parar?».

Nos gustaban los aparatos, pero para lo que nos gustaban y no porque lograran que nos ilusionásemos por ir al colegio o al instituto. Aquello, que así era, ahora así es.

Otro error más: creer que es más chachi, más chic, más…, no sé, mostrar en una pantalla lo mismo que se puede mostrar en una fotocopia o se puede leer en un libro. La capacidad de reproducir imágenes o sonidos no representa en sí mismo el mayor salto cualitativo que las nuevas tecnologías aportan a la enseñanza, sino la posibilidad de ampliar el conocimiento favoreciendo la búsqueda de información.

Más que ofrecer contenidos, hemos de enseñar a buscarlos y, lo que es más importante, hemos de enseñar a discriminar los hallazgos. No todo lo que da el mar es comestible. Al adiestramiento en el arte de navegar conviene añadir la formación para saber qué coger y qué dejar, atentos siempre a nuestros intereses marineros. Nuestro alumnado pesca (sabe remar y lanzar la caña al mar), pero se despreocupa bastante de discriminar porque sabe que, en otros lugares, la pieza ya está pescada y disponible para ofrecérsela al patrón, quién dará por bueno lo que le den con tal de que, al llegar al puerto, nadie le pueda echar en cara lo vacías que están las bodegas.

Reconozcamos que para interpretar esta metáfora piscatoria no debería hacer falta el uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación. Para atender la mayoría de contenidos que se manejan en las aulas, tampoco. Alguien que sabe algo lo comparte, verifica que su interlocutor ha captado ese algo y valora hasta qué punto ese algo que sabe ahora también lo sabe su destinatario. Punto. En esto consiste la enseñanza. No ha cambiado desde el origen mismo de la especie.