Texto dedicado al autor de Toponimias y antroponimias de Telde (Beginbook Ediciones) y publicado en el tomo III, dedicado al distrito de Jinámar. Este título se presentó el 13 de noviembre de 2020 en la Biblioteca de Arnao.
+
El 17 de mayo de 2020, Luis, nuestro apreciado, admirado y llorado amigo, me mandó un mensaje a través de WhatsApp informándome de que lo habían hospitalizado. Dos minutos después, le contesté en estos términos: «Mi querido amigo. Te mando todas mis energías más positivas. Ten fe. Todo saldrá bien. Mucho ánimo, compañero, que todavía nos quedan muchos libros que sacar juntos. Ponte bueno pronto. Estoy contigo. Abrazos fuertes». Un minuto después, a las 7.51 horas, me envió un emoticono: una mano con el dedo pulgar hacia arriba. Diecinueve días después, a las 14.34 horas del 4 de junio de 2020, Rubén López, su primogénito, me escribió dándome la mala nueva.
El impacto fue absoluto, sobre todo porque unos días antes, el 1 de junio, me contaba cómo su padre estaba con las correcciones de este libro que ahora tienes en tus manos y que, lo que es la vida, se comenzó a preparar más pronto de lo habitual para prever posibles dificultades que podían surgir tras el verano. Los tiempos editoriales se habían trastocado por culpa de la pandemia producida por la Covid-19 y le propuse a Luis que, para evitar imprevistos, adelantásemos el trabajo de edición. Así, llegado el momento, podíamos priorizar la impresión del título. Entre tanta zozobra por los acontecimientos vividos durante el período de confinamiento, el ponernos a trabajar en el tomo III de su Toponimia y antroponimia de Telde representaba, sin duda alguna, además de una decisión prudente, una labor gratificante.
Aunque el libro se terminó de editar a principios de mayo, la obra estaba compuesta y revisada desde mucho antes. Faltaba una última mirada al conjunto, a la denominada prueba de imprenta final (la que se debía supervisar a principios de junio), y hacer las gestiones oportunas para enviar el libro a la imprenta. En los dos primeros tomos, estas labores se realizaban en septiembre; en esta ocasión, dadas las señaladas circunstancias, quisimos zanjar la tarea en julio. Por si acaso, nos dijimos…
Y en esto llegó el mazazo.
Confieso que, tras la mala nueva, lo último en lo que pensé fue en este libro, en que quedase sin revisión la prueba de imprenta final, en la posibilidad de que el título cerrase una colección que tanta ilusión nos hacía ver culminada, en que…, no sé. No pensé en el ahora o en el futuro inmediato, sino más bien en el pasado reciente y, sobre todo, en el remoto –remotísimo–.
El inmediato se configuraba en forma de conversada en una terraza donde el autor de este proyecto editorial me anunciaba que había decidido dar un paso adelante y dar por buenas las insistencias del Cronista Oficial de Telde, don Antonio M.ª González Padrón, y de un servidor para que sacase adelante esta obra sobre el callejero de Telde que tantos años de trabajo silencioso y meticuloso le habían costado. En aquella reunión me ofreció la posibilidad de asumir el rol de editor y prologuista del primer tomo de su industria, quehaceres que, a las pruebas me remito, no dudé ni un instante en aceptar.
Lo que siguió ya lo conocen: el tomo I se presentó el 15 de noviembre de 2018; el II, el 14 de noviembre de 2019. Ambos en la Biblioteca Saulo Torón de Telde.
El pasado remotísimo me condujo, a su vez, a principios de la década de los 90, que fue cuando conocí a Luis. Diversos asuntos de mi padre en distintos momentos me condujeron a él, a quien tan pronto localizaba en el edificio principal del ayuntamiento teldense, sito en la Plaza de San Juan, como en una sede que tenía la citada institución en la calle Padre Andrés Manjón, en el anexo del antiguo colegio León y Castillo.
Enseguida conectamos. Me preguntaba por mis estudios y compartía conmigo su visión sobre temas que, sin duda, sabía que me interesaban: la política municipal, las iniciativas culturales, las cuestiones relacionadas con el día a día de la ciudad… Con el tiempo, nuestros encuentros, estuvieran o no motivados por algún asunto paterno, siempre se traducían en alguna grata conversada.
No miento si digo que él ha sido uno de los poquísimos testigos directos de lo que cabría reconocer como mi trayectoria académica, editorial y cultural. En cualquier iniciativa donde yo estuviera embarcado, Luis estaba presente de una manera u otra: iba a mis conferencias y presentaciones de libros, asistía a eventos que organizaba, participábamos en actos colectivos; …; y era uno de los poquísimos oyentes fieles que tuvo Ínsula Barataria, el programa radiofónico que mi hermano Juan Miguel Ramírez Benítez y yo llevábamos a cabo en Canal Telde los miércoles de 22 a 23 horas.
En todo esto pensé tras el mazazo, en lo muy larga que había sido la relación mantenida, en la cantidad de acontecimientos que habíamos compartido y en cómo nuestros encuentros siempre se articulaban bajo la percepción de que éramos dos viejos amigos con mucho que contarse, a pesar de las dos décadas que nos separaban.
También pensé en ese Luis que quedaba ubicado en mi memoria y que ha de acompañarme hasta que la nube negra no me permita recordarlo ni acordarme de nada. ¿Qué Luis me queda? Sin duda, me queda uno muy afectuoso conmigo; uno que siempre se mostró cómodo, confiado, sabedor de que cualquier secreto revelado –como así ha sido y así seguirá siendo, amigo Luis– jamás saldría del perímetro que él y yo ocupábamos; un Luis que supo transmitirme ese intenso, profundo, embriagador amor que siempre tuvo por Telde y que compartió con generosidad en charlas, artículos y libros como el que ahora nos convoca y, sobre todo, en ese medio siglo de servicios a la ciudadanía en calidad de funcionario del ayuntamiento, donde, como siempre le gustaba decir, no se casó con nadie: «por eso me conozco esta casa mejor que cualquiera de los que está aquí, porque he estado en todas las dependencias», me contaba entre risas.
Cuando zanjé en mi ánimo la suerte de gratitud que envuelve todo recuerdo dorado de un pasado que se considera hermoso haber vivido; cuando los pasados remoto –remotísimo– y reciente se diluyeron amablemente hasta quedar asentados en el jardín donde reside lo inmemorial, mis atenciones se centraron en este tomo y, por extensión, en el resto de la colección que habíamos diseñado y que tantas ilusiones nos daba ver realizada.
Este tomo ha salido tal cual lo dejó su autor en la última revisión que me hizo llegar. La apuntada mirada al conjunto se atendió sin su magisterio. Confiamos en que el texto final se ajuste plenamente a su voluntad y que a mi aviso de que el libro ya va camino de la imprenta me responda, dondequiera que esté el amigo, como solía: mostrándome una mano con el dedo pulgar hacia arriba.
La obra de Luis ha de continuar. Tanto la editorial, con Jorge A. Liria al frente, como un servidor nos comprometemos a que así sea. Creemos que es lo mínimo que podemos hacer por quien depositó su confianza en nuestro quehacer para que pudiera ver la luz su magnífico proyecto.
Agradezco a su familia el interés mostrado por que este libro y el resto de la colección salgan adelante. Para la editorial es muy importante contar con este apoyo y, para quien firma esta humilde pieza, es esencial, pues al vínculo que me une con Luis he de añadir el largo y afectuoso que también tengo con Rubén López.
Concluyo invitándoles a dos lugares de este volumen antes de que se adentren en su lectura: el primero está al principio, es la dedicatoria que nuestro autor compuso y que, haciéndola mía, no puedo evitar incluirle a él entre los merecedores de las gratitudes y consideraciones que se recogen; el segundo lugar está en la última página, en lo último de lo último, en la oración final, que yo creo muy propia de él. Me lo imagino ahora frente a mí, con un cigarro en la mano, contemplando este libro, siendo consciente de la tristeza que nos ha producido su marcha y diciendo, con una sonrisa pícara, «pero… aquí no pasa nada, tor mundo tranquilo».