En un papel leo que me pertenece una parcela de la Tierra. Tiene estas dimensiones: —. La oficina que avala la veracidad del documento es una entidad oficial, incuestionable en sus declaraciones. Soy dueño, según el ordenamiento jurídico, de un trozo de planeta situado en las coordenadas —. Los límites de ese espacio físico ahora son privados. No leo en el papelito nada sobre la profundidad o la altura. ¿Alguien que tuviera la capacidad de levitar podría pasear libremente por mi parcela? Alguien que hiciera un túnel a, pongamos, un metro o dos bajo tierra, ¿estaría invadiendo mi espacio? El legislador me diría que ni el levitante ni el “antropotopo” tienen derecho alguno, pues, si quisiera y fuera factible científicamente, podría hundir los cimientos de la casa que quiera construirme hasta el mismo centro de la Tierra y elevar la edificación hasta poder ver de frente a los aviones que viajan a velocidad de crucero. Un trozo de planeta es mío. Y ahora, la pregunta clave: ¿son también mías las vidas animal y vegetal que hay en esos puntos del Universo?