Es muy sencillo. Cualquier persona de bien no duda cuándo ni cómo hacerlo. Cualquier persona que ha sido criada dentro de unos mínimos valores de respeto y consideración hacia sus semejantes sabe perfectamente que, suceda lo que suceda, no han de faltar en su diario deambular un “muchas gracias” por algún beneficio recibido, un “perdón” por un malestar ocasionado y un “por favor” por algo que se espera recoger, con independencia de si se tiene o no derecho a ello. A estos buenos modos cabe añadir los de saludar cuando se accede a un nuevo entorno comunicativo y despedirse en el momento en el que nuestra permanencia toca a su fin. Es, repito, sencillo. Muy sencillo. Hola, perdón, por favor, muchas gracias, adiós.
¿Por qué se pierden con más frecuencia de lo esperado estas marcas de buena educación? ¿Por qué entre el alumnado de secundaria y el universitario detecto una sustancial evaporación de estas normas de cortesía? ¿Por qué a la hora de enseñar a un alumno cómo manejar un correo electrónico hemos de recordarle que hay que saludar y despedirse del destinatario? ¿Por qué hay que recordarle a un alumno que las cosas se piden “por favor”, que no se cogen sin más, como si las encontrasen en la calle, a solas, durante un paseo? ¿Por qué hay que recordarle a un alumno que siempre que obtiene un beneficio por el trabajo que alguien ha realizado para él lo correcto es decir “gracias”, con independencia de si ha tenido o no que abonar la gestión? ¿Por qué hay que recordarle a un alumno que la virtud de la nobleza es consustancial al reconocimiento sincero y explícito de lo que se ha hecho mal, por lo que no está de más que pida “perdón” cuando comete un error? ¿Por qué tantos por qué? ¿Por qué -he aquí una tragedia sin parangón- no se trata muchas veces de “recordar”, sino de enseñar por primera vez a jóvenes estudiantes de secundaria estos buenos modales que deberían haber asimilado desde que comenzaron a emitir sus primeras palabras?
Observo a muchos familiares de este alumnado, y veo en ellos buena parte de la respuesta que pido. Son los mismos que hacen uso de cualquier servicio donde se atiende a usuarios y apelan a una suerte de malestar con su situación para no ser corteses. Son los groseros que creen que el recinto de la grosería está circunscrito exclusivamente a las palabrotas, y como ellos no las dicen… Son los que no piden, exigen; no sugieren, ordenan; no dicen “lo siento”, sino que culpabilizan a los otros; son los que atacan porque creen que así no serán atacados. Son los que ven problemas por doquier y los que hacen de la queja constante un modo de vida.
Son, en suma, los que apelan a sus derechos sin percatarse de que también tienen deberes; deberes que van más allá de los tributarios y jurídicos; deberes que afectan a su posición y a la de sus descendientes dentro del marco social y convivencial que comparten con otros semejantes. Deberes que, para honrar a sus ascendientes y a sí mismos, pasan por la enseñanza a quienes han se seguirles en el camino de la vida de las cinco sencillas llaves que abren el universo: hola, perdón, por favor, muchas gracias, adiós.
Coda: que a esta altura de evolución humana tenga que escribir sobre esto es simple y llanamente lamentable.