Sobre la denominación «literatura canaria» (una somera pincelada)

I

«[…] ¿Alguna vez nos hemos molestado siquiera en alzar la mirada un poco más allá del horizonte? No, no hablo de geografías reconocibles; desearía que pensáramos en los límites del lenguaje, extremos de la expresión a que nuestra lengua española debería enfrentarse cada vez que pretende ser escritura literaria; que eso es, precisamente, lo que nos proporciona (y facilita) la perspectiva insular. Por eso estoy convencido de la existencia de una literatura canaria, esa diferencia dentro de la literatura en lengua española; no, desde luego, por lo que comúnmente se dice y por debilidad conveniente nos creemos. ¿O es que vamos a estar siempre sujetos al dictado que marcan los nacionalismos (¡al diablo con la terminología política que todo lo tergiversa interesadamente!) y nos basta con ese poco: cabecitas de ratón y ya…?

»[…] Lo que no haré, por pocos amigos que me queden, aunque se me eche en cara mi intransigencia, será limitarme a dar por bueno lo canario, simplemente porque lo sea; y mucho menos si, como tantas veces pasa, se disfraza de nada creyendo que de esa manera se pone al día, alcanza su lugar perdido. […] Esto me parece de primera necesidad: volvernos sólo hacia quienes son de verdad escritores; pues los que son, son, y no porque sean canarios precisamente.

»[…] Qué mejor prueba de madurez para la literatura canaria que dejar de hablarnos ya de lo importante que es, de lo moderna que parece, y proponerse como reto primero oír al resto del mundo, no sólo en su ámbito más cercano que es la literatura en lengua española, y entrar en diálogo con ese resto del mundo […]».[1]

Cuando estas palabras de Rodríguez Padrón cayeron en el cuenco de mis lecturas, ya araba en la huerta de mi Breve antología escolar de la literatura canaria (Mercurio Editorial, 2016) y había atravesado el reto de un extenso florilegio hispánico que vio la luz como anexo de un grueso manual que compuse pensando en un módulo del extinto Programa de Cualificación Profesional Inicial; una experiencia esta última que supuso adentrarme por primera vez en la fijación de criterios para establecer los motivos que distinguían los textos que, dentro de una misma lengua, debían ir en el cupo de la España peninsular, en el de la insular (descontando Baleares) y en el amplio hueco que representa Hispanoamérica.[2]

Reconozco que, de cara al trabajo de 2016, tanto los fragmentos reproducidos, como el libro al que pertenecen y algunas referencias más, se convirtieron en un firme asidero al que agradecí sujetarme cuando percibía el desvío de mis nociones sobre lo que era la literatura canaria y quien debía o no formar parte de esta categoría bibliográfica y académica, con independencia de que luego fuera seleccionado de cara a la mencionada publicación. Rodríguez Padrón hablaba de una autonomía literaria entendida no como individualidad, sino por su pertenencia a un conjunto determinado por el uso poético de la lengua española; una producción esta cuyo valor no puede ni debe proceder de la geografía, la política o las estadísticas censales porque —entiendo yo— se ha de sostener sobre el reconocimiento de los aportes de sus más celebrados nombres y títulos al extenso y heterogéneo grupo que alimenta la retórica hispánica. La palabra clave aquí es “hispanidad”.

La necesidad de fijar la definición de un significante exige la asunción de su existencia. Esta perogrullada vuelta hacia el objeto de estudio que nos convoca impulsa a considerar que la literatura canaria es una realidad. Lo demuestra el hecho de que su formulación expresiva esté consolidada dentro del ámbito académico y, de algún modo, en lo que podríamos identificar como nuestro acervo. La exactitud o no de la denominación proyecta un debate equivalente al que se produce cuando atendemos a la conveniencia o no de la sinonimia que hay entre “lengua española” y “lengua castellana”. En este caso, los márgenes de la distinción se trazan en torno a si es o no adecuado hablar de “literatura canaria” o de “literatura española de Canarias”; o, ya puestos, “literatura castellana de Canarias” o… La discusión sobre la nomenclatura es pareja a otra que debe atenderse y que responde a la necesidad de fijar los parámetros que ha de tener una pieza literaria para que sea ubicada dentro del apartado libresco donde se agrupan los textos calificados como “canarios”.

II

Si asumimos que la materia prima de la literatura es el idioma, sometido a los necesarios y, a juicio de los autores, oportunos recursos retóricos con el fin de que sea posible la obtención de un producto especial que merezca el reconocimiento de “poético”, habrá que concluir que el factor lingüístico es y debería ser determinante para definir la naturaleza de un tipo concreto de literatura. Los textos en literatura española se elaboran en lengua española; los ingleses, en inglés; los alemanes, en alemán y así sucesivamente.

Hasta aquí, lo genérico, lo estándar, lo que ayuda a clasificar ingentes cantidades de quehaceres creativos; pero, es insuficiente: necesitamos más precisión, atender a los matices, ir más al detalle. Para eso, creo que lo mejor es analizar la situación que se produce en nuestro país con sus lenguas oficiales, que obliga a considerar que la expresión “literatura canaria” no debe circunscribirse exclusivamente a las composiciones elaboradas en el idioma español, pues ello conllevaría suprimir de un plumazo las producciones de quienes han escrito en lenguas tan españolas como el catalán, el gallego o el vasco. ¿Acaso hemos de renunciar a las contribuciones realizadas por Mercè Rodoreda y Quim Monzó, Álvaro Cunqueiro y Rosalía de Castro, o Bernardo Atxaga y Arantxa Urretabizkaia, entre otros muchos nombres, que han permitido que nuestro tesoro literario nacional se engrandezca? Las aceptamos, protegemos y difundimos por existe la noción de su pertenencia a la cultura española,[3] donde tienen cabida las manifestaciones literarias en catalán, gallego o vasco. En tanto que se han compuesto haciendo uso de lenguas oficiales de España, sus literaturas son españolas. Por eso, para que no queden desespañolizadas y, en consecuencia, desvinculadas de nuestro país, se opta (en unos casos), se recomienda (en otros) y se exige (en no pocos sitios) que se utilice la expresión “literatura castellana” cuando se quiera hacer mención a los quehaceres poéticos compuestos en lengua castellana. En este sentido, hay que reconocer el fino hilado del legislador en el artículo 3 de la Constitución española, donde se habla de castellano como lengua oficial del Estado y no de español, evitando así que las otras lenguas de España queden marginadas.

Atentos a la razón lingüística apuntada, en nuestro país hay, pues, cuatro cauces idiomáticos a través de los cuales se da forma a la poesía. Cada uno está asociado a una de las lenguas oficiales que reconoce la citada carta magna, lo que sitúa a nuestra literatura canaria como una rama del gran árbol de la literatura castellana. ¿Cabría hablar de la existencia de ramos dependientes del gajo canario (literatura grancanaria, literatura tinerfeña, literatura teldense, etc.)? ¿La denominada literatura canaria está situada, por analogía teórica, al mismo nivel que, por ejemplo, la literatura castellanomanchega o la literatura cántabra?

III

Vayámonos al otro lado del Atlántico y pensemos en los textos poéticos de mexicanos, peruanos y chilenos (por ir dando saltos de norte a sur) a los que no les son atribuibles las razones expuestas para los catalanes, gallegos y vascos. Al estar escritos en lengua castellana, ¿merecen la consideración de ser clasificados dentro del grupo donde ponemos los textos de literatura castellana? ¿Sería impreciso o inadecuado (o ambas cosas a la vez) apuntar que forman parte de la literatura española, asumiendo la sinonimia existente entre los términos idiomáticos de “español” y “castellano”? Es más: ¿ubicar estas producciones como una suerte de rama de la literatura en lengua castellana bajo la denominación de “literatura hispanoamericana” es una solución taxonómica correcta?[4]

Confieso que siempre me ha rechinado el uso de una designación tan global para reconocer una agrupación de literaturas que, a mi juicio, gozan todas y cada una de ellas de particularidades que van más allá del vínculo idiomático. Con independencia de la lengua, que los une, ¿acaso no es posible trazar la autonomía que tienen las producciones mexicanas, colombianas o argentinas, por nombrar algunas? Creo que es ilógico agrupar sus realidades y manifestaciones culturales en un bloque compacto, aunque posean idéntica lengua y múltiples vínculos de diferente índole, ya que las distancias determinan de algún modo sus singularidades. Un ejemplo: 7.389 kilómetros separan Buenos Aires de la capital de México, un trayecto mayor que el existente entre Gran Canaria y Moscú (5.173 km en línea recta) o entre Gran Canaria y La Habana (6.651). ¿Tiene sentido hablar de “literatura castellana” y, a la vez, considerar la necesidad de agrupar en otra denominación genérica los títulos que, escritos en castellano, no se juzgan como españoles? Pienso que este caso es similar al de África en boca de algunos emisores que, por ignorancia o mala fe, parecen referirse a un país y no a un continente cuando utilizan la palabra “africano” y dan la impresión de que para ellos los gentilicios de argelino, congoleño o sudafricano, por ejemplo, son sinónimos, lo que no deja de ser absurdo porque la extensión territorial que ocupa, bañada por dos océanos y por el Mar Mediterráneo, equivale al tamaño de China, India, Estados Unidos, Japón, Europa del Este, Italia, Alemania, España y Suiza juntos.

“Literatura hispanoamericana” es una denominación cuya validez solo cabe percibirla en la voluntad de aglomerar títulos que no se consideran españoles, lo que lleva a suponer que deben tratarse de aquellos escritos compuestos tras la aprobación de la independencia de cada país. Si esto es así, entonces estaríamos ante una expresión de carácter político-geográfico y no lingüístico. El problema que le veo a esta nominación se halla en el hecho de que, de alguna manera, enmascara los caminos propios que recorren las naciones americanas a través de sus composiciones poéticas. Pregunto: ¿Meter en el mismo saco denominativo a las literaturas uruguaya, venezolana y cubana, por ejemplo, no facilita el que pensemos que todas son iguales, o sea, que no es posible establecer rasgos distintivos entre ellas?

Visto el asunto con perspectiva, tenemos que el elemento lingüístico une a las literaturas escritas en lengua castellana, pero el político-geográfico las separa, pero de un modo muy específico: al este del Atlántico, literatura de España; al oeste, literatura de muchos países que tienen el castellano como primera lengua. Llegados a este punto, observaremos que, con la literatura canaria, se produce una doble vinculación: es una literatura de España y, al mismo tiempo, pensando en lo cultural, ¿no les parece que posee una voz más acorde con muchas que están englobadas en el enunciado de “hispanoamericanas”? Pienso en algunas obras hechas con variedades del español septentrional y las comparo con textos del meridional americano, y veo que nuestras letras fondean más en las aguas de allá que en las de acá.

Para el consorcio que gestiona la Clasificación Universal Decimal, la aspereza que me produce la referida denominación no es más que el resultado de cumplir con la ley del mínimo esfuerzo a la hora de hablar, pues donde reducimos el término a los límites de una ‘literatura argentina’, por ejemplo, para el sistema de la CDU se trata de ‘Literatura de Argentina en lengua española’, con lo que se asienta la prevalencia del factor lingüístico. Lo expuesto nos lleva a considerar razonable el que la expresión ‘literatura canaria’ sea, en realidad, una forma cómoda de referirnos a la Literatura de Canarias en lengua española.

IV

Pero podemos retorcer un poco más el asunto. Veamos: si a la hora de hablar de nuestra modalidad lingüística aceptamos el que se reconozca el “canario” como “el español de Canarias”,[5] ¿por qué no plantear, dentro del factor lingüístico y al mismo nivel que el idioma, el uso del dialecto que manejamos para producir mensajes poéticos? ¿Por qué no establecer una correspondencia y considerar sinónimas las fórmulas expresivas de “literatura canaria” y de “literatura en canario”? Sí, vale, de acuerdo, lo reconozco: quizás me haya pasado un poco con esta torcedura, pues favorezco un equívoco, ya que la cuestión que nos convoca no cabe fijarla en una analogía condicionada por nuestra variedad lingüística. Si así fuera, desconectaríamos la escritura de la norma, sea esta del tipo que sea, lo que no tiene ningún sentido porque conlleva la presunción de una gramática y una ortografía del español diferentes (en román paladino: otro idioma). No se puede escribir en canario como sí en español, portugués o francés, por ejemplo.

Dada la inexistencia de la lengua canaria, no es posible utilizar el criterio lingüístico para la definición de “literatura canaria”, pero esto no quiere decir que el canario, como dialecto, no tenga espacio dentro de la creación poética, porque lo tiene.[6] Ahora bien, ¿el término “canaria” que califica al sustantivo exige que todos los textos que integran la expresión deben atesorar rasgos propios del español de Canarias? No me preocupa tanto responder que sí, que puede ser más o menos admisible, como que la afirmación conduzca a echar del cupo a los títulos que prescinden de utilizar esta variedad del español. ¿Debe ser condición sine qua non para que una pieza forme parte de la literatura canaria el que esté escrito en nuestro dialecto?

V

¿Puede ser válido el factor geográfico en la denominación como sí lo es para el nombre de literatura hispanoamericana? ¿Es aceptable hablar de Literatura en lengua española hecha en Canarias? El que una obra se componga en los límites administrativos de la Comunidad Autónoma de Canarias, ¿es suficiente de cara a la consideración de que estamos ante una creación canaria? Volvemos al caso de las literaturas catalanas, gallegas y vascas, que se reconocen como españolas cuando se atiende al criterio de la geografía política y no al lingüístico.

Si atendiésemos a la cuestión del lugar donde se ha compuesto la obra, quizás deberíamos prescindir de muchos autores cuyos trabajos no se hicieron en Canarias. Pienso ahora en tres que, dada mi trayectoria, tengo muy presentes: González de Bobadilla, Pérez Galdós y, más próximo a nuestros días, Álamo de la Rosa. Si los incluimos en la nómina de celebridades literarias canarias es porque el factor del espacio no puede ser determinante para el listado. ¿Dejamos de considerar un patrimonio nuestro El año de la seca de Álamo de la Rosa porque se escribió en Brasil y la primera edición en castellano vio la luz en Venezuela? Conclusión: no me convence ese “hecha en Canarias”.

VI

¿Qué tal Literatura española hecha por canarios? Peor, ¿verdad? Álamo de la Rosa y Pérez Galdós entrarían en el cupo, pero no sé hasta qué punto sería razonable que lo hiciera González de Bobadilla, cuya canariedad se circunscribe solo al apunte que hizo en el prólogo de su única obra conocida (Ninfas y pastores de Henares, 1547) señalando que era «natural de las Islas de Canaria».[7] Si el natalicio fuera el criterio, tendríamos que renunciar, por ejemplo, a Eugenio Padorno por el simple hecho de haber nacido en Barcelona, una circunstancia eventual que no impide el que consideremos a este autor un paradigma esencial de nuestras letras:

«Eugenio Padorno ha repetido hasta la extenuación que sin la literatura canaria él no se reconocería como escritor. Yo preguntaría también, y no sólo a Padorno, ¿no será, más bien, que la literatura en sí misma, este oficio de palabra, estaría mutilada sin una voz como la suya?» [Rodríguez Padrón, 209]

No tiene sentido este criterio, este factor, este condicionante, este… Es absurdo considerar el lugar de nacimiento de un autor para asumir que su producción debe adscribirse a tal o cual literatura. ¿Omitimos a Carlos Álvarez por ser de Soria cuando sabemos que sus aportes se perciben como contribuciones a nuestro patrimonio poético? Lo sucintamente expuesto sobre Álvarez y Padorno nos conduce a considerar la endeblez del paradigma, su inconsistente; lo que nos lleva a plantear que, quizás, el vínculo canario no deba verse bajo el prisma del nacimiento, sino del asentamiento, por eso de que uno es más de donde pace que de donde nace. Si así fuera, entrarían Carlos y Eugenio, pero no encajaría Benito. ¿Qué hacemos con Pérez Galdós, nacido en 1843 en Las Palmas de Gran Canaria aunque de prolongadísima habitación madrileña y santanderina fundamentalmente?

Si recapitulamos los factores expuestos hasta ahora que pueden contribuir a forjar el sentido de un concepto como es el de “literatura canaria”, vemos la importancia del lingüístico, sin que deba existir una asociación exclusiva con la modalidad del español de Canarias; la relatividad que encierra el geográfico; las fisuras que posee el manufacturero; y los vaivenes que atesoran los relacionados con el nacimiento y el asentamiento. ¿Probamos con otro?

VII

Intentémoslo: “para los canarios”; o sea, Literatura española hecha para los canarios. Prueba fallida. No podemos admitir que esta sea una definición de literatura canaria porque anula todo propósito de universalizar nuestras letras. Puro ombliguismo que desmonta el sentido de lo que se busca cuando, pensando en esta literatura, se invierten horas, energías y talento en el estudio y la enseñanza de textos que consideramos merecedores de ser conocidos, asimilados, conservados y difundidos por su pertenencia a una herencia cultural con la que nos sentimos identificados los canarios; un tesoro que mostramos orgullosos porque nos representa en la medida que habla inmejorablemente acerca de cómo se forja nuestra idiosincrasia.

El complemento “para los canarios”, repito, no es válido, pues toda manifestación artística, sea de la naturaleza que sea, tiende a la búsqueda del mayor número de receptores posibles. La expresión sirve, ejemplifico, en un decreto de la autoridad autonómica, o en unos porcentajes sobre el IPC en las islas, o en un anuncio publicitario…; pero no para designar los destinatarios de un producto creativo, pues este siempre se concibe desde la asunción de que se ha hecho “para los humanos”, sean del paraje administrativo que sean.

VIII

Tenemos claro que los receptores de nuestra literatura no son los circunscritos a las condiciones de nacimiento o vecindad administrativa en cualquiera de los municipios de Canarias, sino todos los lectores que, dominando el código compartido (la lengua castellana), se desenvuelven sin problemas en las particularidades que presentan los mensajes compuestos bajo las características propias de la función poética del lenguaje. Esto nos conduce a una limitación evidente de oyentes y lectores: la decodificación lingüística de los quehaceres literarios solo puede ser atendida por los hispanohablantes con cierta inclinación hacia el arte de la palabra.[8] La literatura es una actividad humana restrictiva. Para acceder a ella hay que dominar un código absolutamente abstracto y sistematizado: el idioma. La música o la pintura carecen de este problema. Cualquier persona es capaz de recrearse en múltiples expresiones artísticas sin necesidad de controlar las directrices que codifican los mensajes de sus creadores, etc. Puedo deleitarme con una ópera wagneriana, aunque no entienda los caracteres recogidos en su partitura ni las particularidades técnicas que posee el leitmotiv de la composición; pero soy incapaz de disfrutar de un párrafo escrito en ruso para niños de primaria por muy ingenioso y divertido que sea si alguien no se compadece de mí y me lo traduce.

Expongo todo esto porque en la búsqueda de una definición de “literatura canaria” vuelvo a caer nuevamente en el factor lingüístico. Pienso en “literatura en lengua española” y siento que he de encontrar “algo” que aporte la concreción debida y permita el encaje del término “canario” en este arte de la expresión verbal.

Antes lo dije, permíteme volver nuevamente sobre ello: «habla inmejorablemente acerca de cómo se forja nuestra idiosincrasia». La literatura es un ejercicio intelectual donde el idioma configura una realidad eminentemente cultural y, en su evolución, marcadamente ideológica. De la cultura y la ideología, nace la identidad.[9] ¿Aceptamos, llegados a este punto, que hablar de literatura canaria es lo mismo que hacerlo de una Literatura en lengua española con la que nos sentimos identificados en Canarias? ¿Es razonable defender que este tipo de literatura es una realidad porque existe un colectivo de hispanohablantes que se sienten reconocidos con una serie de producciones que perciben próximas al entorno cultural idiosincrásico al que pertenecen? ¿Es admisible considerar que la defensa de estos quehaceres se formule desde una concepción de la singularidad (visión del mundo, usos lingüísticos, historia, sociología…) dentro de un contexto plural como es el que representan, por un lado, nuestros afines idiomáticos (usuarios del castellano) y, por otro lado, quienes hacen uso de cualquiera de las poco más de siete mil lenguas habladas en el planeta Tierra?

Hay temas (el amor, la muerte, el mar, el paisaje, la nostalgia…) que son universales porque son propios de la condición humana; pero que, abordados bajo determinados patrones culturales e ideológicos, nos conducen a una suerte de identificación que sentimos exclusiva de la colectividad a la que pertenecemos.[10] Pregunto: ¿Es el mismo océano Atlántico el que canta Juan Ramón Jiménez en su Diario de un poeta recién casado (1916) que el reflejado por Tomás Morales en su “Oda al Atlántico”, publicada en el segundo tomo de su célebre Las rosas de Hércules (1919)? Desde el punto de vista denotativo, sí, es el mismo océano; mas no desde el connotativo, pues en el moyense prima una cualidad en el significado que particulariza su visión: la atlanticidad, un acertado término, que conozco por Juan-Manuel García Ramos, que solo los canarios alcanzamos a percibir en toda su intensidad cuando nos enfrentamos a la cosmovisión que nos ampara.

Así, pues, identidad y sentimiento de pertenencia (con su correspondiente conciencia de la posesión [“nuestras letras”]) vendrían a ser la clave para entender aquello que consideramos propio de la literatura de Canarias frente a lo que, atento al factor lingüístico que representa la lengua castellana, asociamos a la corriente del hispanismo en su vertiente literaria, sin más nexo común que el idioma y los recursos estilísticos que detectamos gracias a nuestro conocimiento del código. Esta identidad y este sentimiento de pertenencia configuran una explicación, una respuesta hacia lo que nos envuelve que formalizamos a través del texto poético.

«Eugenio Padorno, en su esfuerzo por determinar qué pueda ser un pensar canario, dirá que sería un pensar desde aquí, desde nuestra posición geográfica e histórica. Y concluye que la poesía ha venido a suplir en Canarias el discurso filosófico que no tenemos.

» […] Somos lo que somos, y no más; aunque tampoco menos. Y lo somos porque nos vemos en el trance de tener una visión diferente del mundo y, en particular, de la existencia. Pero lo mismo antaño, cuando las comunicaciones eran lentas y difíciles (o eso queremos creer), que ahora en medio del vértigo imparable de las tecnologías y de la información». [Rodríguez Padrón, 212-213]

No cabe duda de que todo hecho cultural es manipulativo per se y bastarían unas cuantas generaciones de docencia desviada para que un autor nuestro deje de serlo. Mas ese es un asunto que deberá abordarse en otra ocasión, pues requiere de distintos mimbres para ser atendido como conviene. Situemos el remate de la cuestión en estas valiosas palabras de Alicia Llarena:

«[…] No deberíamos engañarnos por más tiempo: la valoración de nuestra identidad, y la consideración y el respeto hacia nuestro espacio, empiezan por la valoración de nuestra cultura y por el conocimiento de nuestra tradición literaria, porque no hay que olvidar que, en una civilización como la nuestra, el conocimiento se erige sobre las bases del lenguaje, de la representación y del discurso ¿Cómo podrían, entonces, conocernos los otros, si ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos? Y más aún, tampoco deberíamos olvidar que nociones como reputación, autoridad o prestigio, se fraguan en la tenacidad de los discursos, porque ellos son los responsables de nuestra imagen del mundo […]

»[…] En un pueblo inhibido y —por qué no decirlo— cuyos complejos continúan siendo notorios, sigue siendo urgente la tarea de articular nuestro discurso y de hacerlo a través de la voz de nuestros autores, en cuyas letras hay alimento suficiente para fortalecer nuestra sensación de pertenencia y nuestro compromiso con la singularidad luminosa de nuestro archipiélago. […] Por eso, en estos tiempos en que el proceso de globalización lamina las subjetividades particulares y locales, es más urgente que nunca releer nuestra historia, conocer a nuestros clásicos, profundizar en las piedras angulares de nuestro pensamiento, para no difuminarnos hasta desaparecer en la falsa homogeneidad planetaria. Configurar, en fin, la tradición literaria insular, tomar conciencia plena de esa misma tradición, embarcarse de una vez por todas en la postergada tarea de editar o reeditar los textos insoslayables de nuestros autores, de elaborar con ellos nuestra teoría cultural, de difundidos en cada rincón del archipiélago, de instalarlos, definitivamente, en el alma de sus lectores y ciudadanos […]» [13 y 15-17].[11]

Ese “algo” esperado para conseguir la concreción debida al genérico “literatura en lengua española” con el fin de que fuera posible el encaje del término “canario” en el arte de la expresión verbal, tras lo expuesto someramente, quizás ya lo hemos encontrado. Quizás…


[1]. Rodríguez Padrón, Jorge [2015]. Variaciones sobre el asunto. Ensayos de literatura insular. Las Palmas : Fundación Canaria Tamaimos. Págs. 209-210, 211 y 212.

[2]. [2012]. Vademécum del ámbito de comunicación. Las Palmas de Gran Canaria : Beginbook Ediciones.

[3]. Si así no fuera, así debería ser.

[4]. Y no sé, lo asumo, si la palabra que debe ir es esta, “correcta”, pues cabe la posibilidad de que no me mueva tanto bajo el paraguas de lo académico como de lo moral. No descarto este impulso.

[5]. Zanjando de este modo toda tentación de creer que en Canarias hay un idioma propio, con su gramática y ortografía particulares, porque no es así. En este sentido, hay que reconocer el acierto de nombrar a la institución que vela por el uso lingüístico y literario de nuestra modalidad idiomática como Academia Canaria de la Lengua; y craso error el de los que, por ignorancia o intereses aviesos, sostienen que sea canaria la lengua y no la entidad.

[6]. Véase a modo de ejemplo lo que Marcial Morera Pérez apunta en su En defensa del habla canaria [Las Palmas de Gran Canaria : Anroart Ediciones, 2006, págs. 95-100] relativas al uso de canarismos en la literatura.

[7]. De hecho, no termino de entender por qué se incluye a este autor en la nómina de autores canarios del siglo XVI por el simple hecho de decir que es de aquí. No se ha encontrado su partida bautismal y su novela pastoril no muestra detalle alguno que permita suponer su vínculo con Canarias [vid. mi Análisis paratextual de ‘Ninfas y pastores de Henares’ de Bernardo González de Bobadilla. Anroart Ediciones, 2008].

[8]. Dos observaciones: la primera, toda producción literaria debe leerse en la lengua original con la que fue elaborada, por muy meritorias que puedan llegar a ser sus traducciones; la segunda, la captación de la singularidad de un mensaje no conlleva preparación académica alguna. La transmisión oral de narraciones y composiciones líricas no ha exigido el peaje del alfabetismo para poder circular durante siglos en una comunidad de hablantes.

[9]. Apelo al DRAE para fijar aquellas acepciones de las voces destacadas que más se ajustan a la intención que persigue la exposición: cultura, ‘conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social’; ideología, ‘conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político’; e identidad, ‘conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás’.

[10]. Sugiero vivamente la lectura de Psicología del hombre canario de Manuel Alemán Álamo [Gran Canaria : CCPC, 1986, 3ª ed.] para poder configurar una idea cabal de la manera de ser del canario y, en consecuencia, del modo en el que se formaliza esta idiosincrasia a la hora de desarrollar uno de los principales pilares de nuestra cultura: nuestras letras.

[11]. Llarena González, Alicia [2006]. Memoria, identidad y espacio. Discurso de ingreso en la Academia Canaria de la Lengua.