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Para una historia teldense de la literatura canaria

Precisar, ampliar, difundir… homenajear. Estos cuatro verbos han sido los pilares sobre los que hemos edificado un ciclo de conferencias centrado en la Literatura de Canarias que se ha hecho y se hace en Telde, la que ha venido y viene de la mano de teldenses oriundos o la que fija su razón de ser en nuestra tierra como motivo de creación; todo ello, en el marco de una fecha histórica: el 650 aniversario de la fundación de esta primera de las ciudades y sedes episcopales de las Islas Afortunadas.

Frente a la amalgama de datos sin contrastar y juicios sin sustento, proponemos estos ejercicios de precisión en forma de artículos; frente a la escasez testimonial y carencia de perspectivas, incorporamos estas necesarias ampliaciones a la historia de las letras locales; frente al desconocimiento involuntario y el olvido con intención, asumimos la tarea de difundir lo que hubo, lo que hay y lo que puede haber; frente a la no valoración de nuestras escrituras, disfrazada en ocasiones de simulado desprecio, rendimos este sentido homenaje a una tradición poética de evidente esplendor vertical a la espera de que estos seis siglos y medio de existencia que nos alumbran logren hacer lo propio con la dimensión horizontal de nuestro escueto pero intenso patrimonio literario. Hemos asumido con firmeza estos principios y los hemos puesto en práctica, de forma satisfactoria, gracias a la intervención de los reconocidos docentes e investigadores cuyos trabajos conforman las páginas del presente volumen.

Tiene el lector en sus manos nueve textos que fueron expuestos en distintas fechas del primer ciclo de conferencias Letras a Telde, 1351-2001; una iniciativa académica inédita en nuestra ciudad que se inauguró el 26 de enero con la intervención del profesor Cabrera Perera. El trabajo que nos dictó en su momento, Telde y su entorno en la Literatura, es una muy interesante revisión de las referencias histórico-literarias sobre nuestro lugar desde Abreu Galindo o Torriani hasta la reciente obra biográfica de El Corredera escrita por Gustavo Socorro. A partir de unos amplios y elocuentes pasajes de indudable valor testimonial, el profesor Cabrera Perera logra concluir su exposición resaltando, más si cabe, la tesis que sostiene: que Telde siempre estuvo presente en los escritores del momento por ser desde sus comienzos «uno de los lugares más interesantes de las famosas Islas de Canaria». Viana, Lope de Vega y, sobre todo, Julio Verne, por citar algunos, forman parte de la lista de autores que, de un modo más o menos explícito, acudieron a las peculiaridades geográficas y sociales de Telde, entre otras, para vertebrar no pocas piezas textuales. Pero no queda aquí la cuestión. Una tierra para la literatura es una tierra de poetas. Así las cosas, el profesor Cabrera Perera también hace hincapié en la fecunda tradición literaria que posee nuestra ciudad y que, en última instancia, personaliza en figuras de indudable reconocimiento como Montiano Placeres, Fernando González o Saulo Torón, el más grande de los poetas de Telde, a juicio del conferenciante.

El 2 de marzo, el profesor Rodríguez Pérez tomó la palabra para analizar la contribución de nuestra literatura local a las letras regionales con las que, en buena lógica, mantiene una relación de dependencia. En este punto, como ya entonces destacamos, conviene resaltar los logros de Telde y su aporte poético a la Literatura de Canarias cuando consigue establecer la entidad de una escritura que tiende hacia lo universal desde los parámetros localistas que una tradición, más o menos rigurosa, le ha asignado.

Este segundo trabajo que nos ocupa asume el cometido de plantear la muy necesaria tarea de calibrar con exhaustividad el material crítico que poseemos sobre la vida y obra de escritores como Julián y Saulo Torón, Montiano Placeres, Fernando González, Luis Báez o Patricio Pérez Moreno, entre otros. Estamos, pues, con la iniciativa de Letras a Telde, ante un primer paso para este propósito, un inmejorable preliminar que demanda la secuencia de otros capítulos en los que se llegará a cuestionar, no tenemos la menor duda de ello, muchos escritos científicos anteriores carentes de las mínimas precisiones exigibles con las que dotar de dignidad y rigor a nuestro objeto de estudio.

De la visión general de la que participan los dos primeros trabajos expuestos pasamos a la parcialidad de las Dos claves en la poesía de Fernando González que ocuparon al profesor Martín Rodríguez en su exposición del 18 de abril. En este artículo, el conferenciante apuntó a dos de los muchos aspectos que hemos de tener en cuenta a la hora de elaborar una poética del vate grancanario: por un lado, las distintas referencias mitológicas que aparecen en la obra del teldense y, por el otro, las alusiones encubiertas a pasajes bíblicos que subyacen en sus poemarios. Y como nexo común a toda su producción literaria, la presencia de Dios, que será, en última instancia, la que, a modo de trama, engarce toda la urdimbre de sus inquietudes retóricas, ya sea desde la humildad más sentida («Me creí grande, Dios mío…», etc.), ya desde la irreverencia más increpadora («[…] Dios fue su yugo. / […] “¿A esto llamas, Señor, el Paraíso?” […]»).

El estudio del profesor Martín Rodríguez es fundamental para entender a Fernando González en su vertiente más humanista, la que se deriva de su inclusión en los dos motivos literarios ya expuestos. El cantor de la melancolía, el dolor, el sufrimiento, el desengaño…, el gran machadiano, como nos recuerda nuestro conferenciante, es, también, en su deambular poético, el poeta que atesora múltiples entornos culturales sobre los que volcar su lirismo. Su lado humanista, pues, fluctúa entre la intensidad de los versos en los que queda explícito el mito («En la transmutación del maestro») y el estilismo de aquellos otros que, envueltos en el aura mágica que caracteriza las referencias míticas grecorromanas y cristianas, aparecen ante nosotros con la única vestimenta que poseen, el símbolo, la mención implícita («Abandonado del amor»).

Con la cuarta conferencia se cambió la perspectiva de nuestras incursiones teldenses y pasamos del escritor oriundo y la producción realizada en los límites del seis veces centenario lugar a las pautas que determinan el sitio como motivo creativo. Así surgió Telde como espacio novelesco: Apuntes sobre la configuración del espacio narrativo en ‘Las espiritistas de Telde’ de Luis León Barreto, de Francisco Quevedo García, que nos ocupó el pasado 18 de mayo. La obra y su mayor estudioso se han fundido en esta entrega de Letras a Telde para testimoniar el esfuerzo de un escritor como Luis León que, con su particular sensibilidad, ha sabido extraer de una referencia aditicia, al menos a priori, como puede ser la ubicación en Telde de su trama narrativa, una suerte de matices fundamentales para el desarrollo de su célebre Las espiritistas de Telde (1981). Un caso como el de los Van der Walle pudo suceder en cualquier lugar del mundo; pero el asunto concreto, único, el infausto acontecimiento de la citada familia, sólo fue posible que se diera en Telde, y no en cualquier Telde, no, sino en uno muy determinado: el de los años que antecedieron a la Guerra Civil española.

Se podrá constatar en la lectura de esta conferencia la importancia del paisaje en la gestación de los acontecimientos narrados, ya que si Telde no hubiese sido como era y, entre otras circunstancias, adoleciese de ese marcado parecido con Jerusalén, Jacinto Van der Walle —al margen de males congénitos— no tendría contexto alguno en el que asentar y desarrollar sus desvaríos proféticos ni su hermana Francisca, por extensión, acabaría reclamando la muerte de Ariadna para que el alma de éste pudiese subir a la derecha del Padre.

Telde es el origen de una dinastía que inicia un judío holandés, Pieter Van der Walle, en el siglo XVI, quien, huido de la justicia por haber sustraído fondos municipales que custodiaba, logra embarcarse de polizón rumbo a Sevilla y de aquí, casado con María Vargas (o Josefina Aurelia), llega hasta las islas del sur, o sea, Canarias, donde, con cédula de honorabilidad y cristiandad vieja compradas a golpe de doblones, consigue asentarse e iniciar su estirpe. Nuestra ciudad, pues, no es más que el Edén de este holandés que, en un afán por no perder su identidad y, consecuentemente, a sí mismo, retoma un apellido que escondió en los lugares donde ya estaba condenado a ser nadie: Vanderst, en L’Ecluse (Zeebrugge, Gante u Ostende) y Vandale, en Sevilla. Siglos más tarde, las páginas doradas que comenzase a escribir Pedro Vandale al frente de La Vega tendrían un amargo colofón en el crimen sobre Ariadna Van der Walle. Como si de un ente superior se tratase, Telde ha sido testigo y, a su manera, ha coadyuvado a que la gloria pecuniaria que los ingenios de azúcar concedían a la próspera hacienda del holandés se convirtiese, con el tiempo, en la extirpación traumática de un clan que no desapareció por mor de los distintos acontecimientos históricos que habría de sobrevenir a España en las décadas posteriores, ni por el cruce con otras familias que trajese consigo la paulatina pérdida del apellido, sino por la trabazón del fanatismo con la ignorancia que, en un ambiente tan mágico, mítico y legendario como el de nuestras islas y, sobre todo, el de nuestra tierra, terminó por desembocar de forma irremediable en la tragedia que ocupa las páginas de Las espiritistas de Telde.

Durante el mes de junio, aunque no estaba inicialmente previsto, el ciclo tuvo la fortuna de contar con la profesora Jiménez Betancor, quien nos ofreció su particular visión de Fernando González a través de los dos términos más importantes que quiso resaltar en su disertación del día 13: «Humanidad» y «Poesía».

Tras los meses de julio y agosto, inhábiles desde el punto de vista de la administración cultural, retomamos el ciclo el 28 de septiembre con La presencia de la poesía de Domingo Rivero en la ‘Escuela Lírica de Telde’ del profesor Padorno Navarro. Su magisterio se nos antojaba imprescindible en nuestra iniciativa pues aúna en su persona no solo el valor de ser uno de los mayores especialistas en Literatura canaria, como lo avalan sus no escasas publicaciones en la materia y sus ocupaciones docentes e investigadoras en la Facultad de Filología de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, sino que, además, estamos ante uno de los autores más consagrados del archipiélago y de ese cupo selecto que cabría reconocer bajo la denominación de poetas del Atlántico, con América y Europa como ámbitos de difusión de una lírica, la suya, que la historiografía literaria de nuestra tierra ha ubicado en los límites de una generación y de una antología pionera, la de Poesía Canaria Última de 1966. Su condición, pues, de juez y parte lo convirtieron en un invitado idóneo para que mirase, a través de su prisma de múltiples perspectivas, a los escritores teldenses y, más en concreto, al grupo que formaba lo que se ha venido a denominar con los tiempos «Escuela Lírica de Telde».

El propósito que persigue nuestro conferenciante/articulista con este trabajo no es otro que tratar de justificar, de manera más o menos explícita, la existencia de una escuela lírica que funda su razón de ser en motivos poéticos y no tanto en otros de raigambre meramente circunstanciales: escritores nacidos en un mismo lugar, con pocos años de diferencia, asiduos participantes en veladas literarias celebradas en su localidad… Hacía falta encontrar estos nexos estéticos para testimoniar la existencia de un grupo de poetas que manejan para sus composiciones referentes y motivos comunes (por ejemplo: afición a escritores como Domingo Rivero); y que sea esta inclinación la que mueva a creadores (pienso en Saulo Torón o Fernando González) a tomar como eje de algunas de sus piezas temas de índole metafísica. He aquí donde únicamente entendemos que debe verse la homogeneidad, la unidad lírica de la «Escuela»; por encima, repetimos, de otras consideraciones, a los poetas y sus poéticas cabe juzgarles desde el reflejo de sus obras y no a partir de los perímetros de su existencia.

La penúltima conferencia del ciclo, la del profesor Natera Mayor, impartida el 23 de octubre, vino precedida en sus preliminares de una afirmación que entonces sosteníamos y que ahora no dejamos de mantener: que cuanto se diga, se opine o se defienda en torno a cualquier texto de índole creativa siempre vendrá marcado por una estela de relatividad, de inopinada incertidumbre, que sólo podrá ser resuelta con la declaración fiel y testimonial de quien los creó. Por eso mismo, conscientes de que atrás han quedado insignes poetas a los que ya no podremos preguntar directamente por su poética, sino que habremos de deducirla a través de sus composiciones —con el señalado riesgo de afirmar la certeza de aquello que no deja de ser meras conjeturas—, nos pareció oportuno ofrecer una nueva perspectiva en un foro como el que nos convocaba: pedimos a un poeta de Telde, aunque no fuese teldense, que navegase por los mares de sus versos para que nos diese el mapa cartográfico de sus sensibilidades líricas y pesares retóricos. La voz del vate no tiene que alzarse sólo ante sus creaciones, sino incluso frente a sus recreaciones; de ahí la importancia de que su poética, como si fuese la Carta magna de sus pulsiones de literariedad, quede registrada como estadio preliminar de toda cuestión inherente a su artística vertiente demiúrgica.

Se nos han ido muchos poetas buenos, muy buenos, a los que ya no podremos pedirles una visión personal de su faceta creativa como la que subyace en las páginas de La singularidad de la palabra poética desde una experiencia particular que el profesor Natera Mayor nos brinda en el tomo que nos convoca. Impidamos por todos los medios, ahora que podemos con algunos escritores, que esto vuelva a suceder y exijámosles, en el sentido más afectuoso de la expresión, que nos regalen el pasaporte hacia las respuestas más íntimas e intensas que se pueden obtener frente a la obra literaria. Los caminos de la creación son tan inextricables como las mal llamadas viñas del Señor y es menester del crítico no sólo su análisis y sus propuestas, derivadas de éste, para responder a los pesares de los lectores ante su evidente incomodidad por no saber la ruta hacia las indicadas respuestas, sino incluso el exigir al creador que se justifique, que muestre las razones y los motivos de uno de los más hermosos delitos que, a nuestro juicio, se puede uno imaginar: conmover el estado anímico y la sensibilidad de un individuo cualquiera a través de la inocencia de unos trazos tipográficos escritos con imperdurable intención. En este sentido, la labor del crítico es la de hacerle ver al autor, con las armas de sus recreaciones, los estragos líricos que ha causado y el deber que tiene de subsanar los ánimos descompuestos de quienes han marcado sus composiciones, con letras indelebles, en algún recóndito lugar de su entendimiento, para recrearse con ellas en la solaz disposición del lirismo en el que todos los humanos solemos encontrarnos, en mayor o menor medida, con menor o mayor frecuencia.

Llegados a este punto, nos parece oportuna la inclusión en esta introducción de una de las mejores propuestas que jamás se ha podido elevar para el conocimiento y difusión de nuestros escritores locales y que, de forma espontánea, en un pequeño intercambio de ideas y propósitos, nos dejó caer Padorno Navarro al rato de haber concluido su conferencia: la creación de una Biblioteca de Autores Teldenses. Con esta sugerencia —nuestro interlocutor no tenía por qué saberlo—, el profesor reactualizaba en cierta medida una iniciativa que habíamos estado apuntando en distintos frentes y que, de una manera más o menos implícita, fue el motivo fundamental del ciclo de conferencias que nos ha reunido. Ésta, en sus líneas más básicas, pretendía el análisis riguroso de la producción literaria de nuestra ciudad, con la inclusión en el estudio de autores y obras olvidados y/o desconocidos; y el desmonte, con las lógicas precauciones, de esa curiosa consideración generalizada que existe acerca de la circunscripción de nuestras letras a la mal estudiada y, creemos, peor denominada Escuela Lírica de Telde.

Si la literatura de Telde no puede salir de los límites que determinan los seis o siete poetas de siempre, los de la referida Escuela, y de estos solo la tercera parte son de verdadero renombre, convendría concluir que aquí no ha habido una tradición poética realmente digna de mención; y que hemos tenidos a los dos o tres grandes de turno, como corresponde a toda ciudad centenaria y populosa, del mismo modo que también contamos en nuestra historia con dos o tres músicos relevantes, dos o tres pintores destacados, etc. En una Biblioteca de Autores Teldenses, como la que nos dejó caer el profesor Padorno Navarro, convendría dar cuenta de las escrituras vigentes, las de muchos que componen y que arrastran una trayectoria poética que conviene no dejar escapar. Pienso ahora en un Luis Natera Mayor o un Sergio Domínguez Jaén, por citar a poetas consagrados; en prosa, Octavio Santana… o Ros Mari Baena,[1] todo un portento literario que no deberíamos perder de vista. Y eso por no hacer mención a un período más o menos intermedio entre estos y la Escuela, que estaría compuesto por autores como Federico Carbajo Trujillo,; José Quintana,; José Otero Ruiz, María de los Dolores Quintana Rodríguez, que firma con el seudónimo de «Madoki»; o lo que pudo ser un testimonio de indudables inquietudes poéticas: Suplemento, la sección literaria de la revista Telde, publicada entre 1956 y 1957 por el Colegio Labor de nuestro municipio, un medio nacido al amparo de Ventura Doreste y gracias a la iniciativa de algunos profesores del referido centro, como Juan Millares Carlo o Alfonso Armas Ayala.[2] Tampoco deberíamos prescindir de lo que cabría enunciar como «estado previo a la Escuela Lírica», que, según la Biobibliografía de escritores canarios (siglos XVI, XVII y XVII) de Agustín Millares Carlo y Manuel Hernández Suárez, quedaría compuesto por autores poco conocidos o ignorados de nuestras letras locales: Juan de Jaraquemada, Domingo Pérez Macías, Lucas Ramírez y Rodríguez, José de la Rocha Alfaro, Agustín Romero de la Coba, los hermanos Martínez de Escobar y tantos cuyos testimonios literarios piden una oportunidad para que alguien los escrute y les dé el valor que realmente se merecen.

Si pedimos en su momento a Luis Natera que nos hablase de su poética es, además de por las razones ya esgrimidas, porque estamos convencidos de que lo que ha de ser la Biblioteca de Autores Teldenses necesita nutrirse del aporte de poetas como él. Natera, en el fondo, es una prueba más, junto a otras de igual valía, de que la literatura española hecha en Telde, por teldenses o con nuestra ciudad como motivo no se puede ni se debe circunscribir a los escritores de siempre, sino que ha de expandir sus miras en otros realizadores de contrastada calidad que sólo requieren del necesario espacio temporal para que sus producciones calen. Luis, por mor de esta experiencia que envolvemos bajo la denominación de Letras a Telde, se ha convertido así en el símbolo de una nueva e imprescindible proyección hacia los estudios literarios en nuestra ciudad y los resultados, como se verifican en su artículo, no pueden dejar de ser esperanzadores.

El último trabajo se expuso el 29 de noviembre. Se trata de una propuesta muy concreta que sabíamos de antemano que la profesora Mateo del Pino no iba a rechazar, a pesar de que la tarea que debía realizar no era nada sencilla. En las páginas de su A través del espejo. La crónica literaria en Hilda Zudán se percibe el inmenso esfuerzo que ha supuesto el trazo de un recorrido existencial y poético para esta prácticamente desconocida escritora que nuestra conferenciante articula en el análisis de su obra en prosa, fundamentalmente el texto que constituyó su Memoria de Licenciatura, que la teldense presentó en Madrid en 1926, y las crónicas literarias publicadas en El Defensor de Canarias entre 1921 y 1923. Es necesario resaltar esta seria y elaborada incursión en los señalados artículos de esta autora porque, como afirma la profesora Mateo del Pino, a través de ellas «podemos conocer al particular y específico sujeto literario que ha producido los textos», que los dota de dimensión estética y que cumplen con la función de interiorizar o literaturizar, como nos afirma, la realidad, ya que aprovecha a «interrogar a lo inmediato, preguntarse a sí misma y hurgar en su conciencia».

Con este artículo de la profesora Mateo del Pino ponemos punto y final, esperemos que momentáneo, a un ciclo que ha colmado gran parte de nuestras expectativas. Asumo que la enorme montaña de buenos y posiblemente utópicos propósitos no se ha logrado, pero sí se ha conseguido, al menos, lo fundamental, lo que habíamos fijado como objetivo. Sin duda alguna, el apoyo firme de la concejala-delegada de Educación y Cultura del M. I. Ayuntamiento de Telde, Gregoria González Valerón, y del jefe de negociado, Luis López Sosa,[3] cuya tarea al frente de lo que tenía que ver con la gestión económica y logística del evento merece ser convenientemente destacada han permitido el éxito del proyecto cultural. Por todo, a los dos, muchísimas gracias; y muchísimas gracias, también, al esfuerzo y dedicación de nuestros conferenciantes y al estímulo constante que siempre ha recibido Letras a Telde, 1351-2001 por parte de sus destinatarios, ese público fiel que con su presencia e intervenciones ha contribuido a generar un foro literario en el que se ha testimoniado, al margen de sus opiniones e inquietudes, la necesidad de que esta iniciativa académica que nos ha ocupado durante el año al que le restan días para diluirse se retome y con ello volvamos al noble ejercicio de precisar, ampliar, difundir y homenajear a nuestras letras teldenses.


[1]. En 2011, edité y prologué, para Beginbook Ediciones, su poemario En tus manos encomiendo mi alma. En mi exposición inicial, apunté cómo las circunstancias me situaron en el camino de una excelente poetisa.

[2]. Vid. Primer ensayo para un Diccionario de la Literatura en Canarias de Jorge Rodríguez Padrón, Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, 1992.

[3]. Con quien volveré a encontrarme en 2018 para embarcarnos en una enorme iniciativa editorial: sacar adelante los siete tomos de su Toponimias y antroponimias de Telde que le edité para Beginbook Ediciones entre el referido año y 2021.