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Atardecer mágico bajo la noche

Yo quisiera, Ana, tener la autoridad suficiente para que dos palabras mías bastasen para cumplir con excelencia el honroso trámite de este prólogo, mas nadie soy y muy poco bien haría en tu favor si hiciese de la concreción (que en mi caso sería simpleza) los pilares de esta escritura que te ofrezco; entre otras razones, porque tu poemario da mucho de sí y te mereces que me esfuerce por mostrarte, hasta donde mi cortedad me lo permita, por qué siento en este momento una particular fascinación por tu primer libro oficial.

Estoy sentado en mi despacho. Mi cuaderno de notas está abierto. He puesto un poco de música para crear cierto ambiente inspirador. Mientras escucho a Susan Graham y su La Belle Epoque, una joyita sugerida por otra joyita, comienzo a trazar estas palabras que ahora lees. ¿Cómo expresarte cuanto quisiera que supieses?, me pregunto consciente de mis naturales limitaciones y tras asumir que este no puede ser un prólogo dirigido a los lectores, sino a ti, mi joven poetisa.

Yo quisiera, Ana, hablarte de literatura, de esas palabras que has sentido brotar en algún remoto lugar de tu entendimiento sin saber muy bien por qué y de la lucha titánica por plasmarlas por escrito no de cualquier manera, no, sino a tu manera, como si decorases un hogar, como si plantases en el papel un árbol que ha de ser milenario y bajo el cual toda sombra reconforta. Quisiera traducir para ti esas sensaciones que experimentas cuando se encadenan los vocablos al tiempo que tu corazón los envuelve en la emoción de unos sentimientos que son universales y que has descubierto mientras observabas el mundo con tus pinceles; quisiera, cómo no, sentarme a tu lado para mostrarte el idioma que posees y perfeccionas con cada verso, el poético, y señalarte a cuantos como tú han sido maestros en esa maravillosa habilidad de conmover con la palabra lírica. Lo haría mostrándote en el haz de una moneda a un Bernardo González de Bobadilla, con sus Ninfas y pastores de Henares (1587) a cuestas, declarando que «ni tal arte florece ni se estima, ni los ingenios de los hombres discretos se abaten a cosas tan rateras como la poesía» o a un Bertolt Brech (1898-1956) reconociendo que los suyos son “Malos tiempos para la lírica”; y también, como no puede ni debe ser de otro modo, enseñándote el envés y permitiendo que revivan los versos de Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870):

Podrá no haber poetas, pero siempre
habrá poesía.

Yo quisiera, Ana, sin ánimo de ensoberbecerte, que fueses consciente de lo que representas y, sobre todo, de lo que tu verbo, forjado con tiempo, experiencias y técnicas, puede llegar a atesorar; y quisiera hablarte de la belleza, pero no de esa que es estática y contemplativa, no, sino de la belleza del proceso creativo, del camino hacia lo bello que se inicia con la curiosidad, la novedad o la inspiración, que fluye sobre la emoción de los descubrimientos y sucumbe cuando la obra ya no nos pertenece porque es de nuestros lectores y a ellos les cabe la reescritura de la palabra impresa. Quisiera hablarte del camino que ahora inicias y de sus baldosas (palabras sobre palabras y en medio el blanco del silencio, la meditación…), del intenso y extenso horizonte florido que frente a ti vislumbro; y de la certeza que tengo de que este trayecto que juntos iniciamos, juntos no lo hemos de acabar: poco me queda ya que mostrar o esperar, y tú tienes frente a ti el universo, la suma infinita de primeras veces que forjará tu carácter, tu personalidad y tu capacidad de percibir las esencias de todo lo que te rodea.

Suena “L’Heure exquise”. Detengo mi escritura de intenciones y proyecto mi imaginación hacia una lejana biblioteca que no sé si existirá, pero que tiene entre sus estantes un libro intitulado Atardecer mágico bajo la noche. Su autora será en ese momento una venerable anciana escritora de reconocido prestigio quien, una hora antes de recibir otro galardón por su trayectoria literaria, paseará con un grupo de anfitriones por las salas del edificio hasta llegar a un espacio engalanado para la ocasión con guirnaldas, fotos y libros suyos. La veo coger con delicadeza Atardecer… Sé que hojeará sus páginas mientras una leve sonrisa, la de esa inocencia y albura que no han dejado de morar en algún remoto lugar del jardín preciado de su corazón, le iluminará el rostro. Sin ser el más perfecto, dirá, es el más puro de todos porque se escribió sin más artificios retóricos que los de las palabras esculpidas a base de impresiones (palabras sobre palabras y en medio el blanco de los latidos…).

Cuando eso te suceda, Ana, concédete un instante para tener presente a Cervantes, mi gran compañero de lecturas, y haz tuyos los versos que en el capítulo IV del Viaje del Parnaso dirigió a Apolo:

Desde mis tiernos años amé el arte
dulce de la agradable poesía
y en ella procuré siempre agradarte…

Hazlo para iniciar con ello, aunque solo sea un instante, la remembranza hacia cuantos nos sentimos ahora muy orgullosos de formar parte de la historia de este libro: piensa, en primer lugar, en tus padres, en cuanto te han dado y en cuanto no dejaron nunca de darte; acuérdate de cuantos se cruzaron, hasta esta ópera prima, en tu breve e intenso camino (amigos, compañeros, maestros…) para ofrecerte una palabra de ánimo, una expresión perturbadora, un sentimiento profundo, una verdad incuestionable…

Ten presente también, por favor, en esa exquisita hora, a mi amiga Rita Navarro Sánchez, que fue quien me habló un buen día de ti y de tus poemas, y quien, de alguna manera, favoreció el encuentro que nos ha vinculado. No te olvides del amigo J. Carmelo Hernández Expósito, de la Librería Vecindario, un auténtico mecenas santaluceño al que le ilusionó tanto como a un servidor la iniciativa de que tus versos viesen la luz; ni tampoco omitas de tu memoria a Noelia y Jorge Liria Rodríguez, las almas de Beginbook Ediciones, los responsables editoriales de que este volumen sea una realidad tangible. Si te los indico en estas páginas es porque considero que deben permanecer sus nombres en unas páginas, estas, que serán imborrables.

Yo quisiera, Ana, hablarte de todo cuanto te he anotado, mas tengo la impresión de que a pesar de tu edad y experiencia vital, muchas de estas indicaciones, de una manera u otra, hace tiempo que ya las conoces, lo cual me lleva a parafrasear, dentro del contexto de este poemario (y salvando las distancias por la parte que me toca), una preciosa frase que un día dedicó la maravillosa Montserrat Caballé a una jovencísima soprano llamada Isabel Rey: «Los que “escribimos” más o menos bien nos rendimos ante lo magnífico, y tú eres magnífica».