Divagaciones

I

[1] Muchos de los presentes en este acto me conocen (no necesariamente por mis méritos, ya que los pobres son lo que son, pobres…); me conocen y entienden o pueden entender de alguna manera el porqué me hallo aquí, dirigiéndome a ustedes en un evento como el que nos convoca. Soy discípulo del profesor Cabrera Perera, lo que proclamo a diestro y siniestro como una de las más prestigiosas condecoraciones que mis años académicos me han concedido. Sé que no soy el mejor de cuantos ha tenido nuestro maestro de maestros (pues su fecunda y extraordinaria trayectoria docente está repleta de significativos pupilos), pero no dudo en ser, al cabo de tantos años, uno de los que más lo quieren y admiran.

He tenido la fortuna de mostrarle este aprecio y adhesión personales a su figura en numerosos momentos: como alumno de licenciatura, la dorada etapa en la que, de su mano, descubrí mi vocación por la literatura universal anterior al siglo XVIII y consolidé mi particular veneración por Cervantes y, por extensión, por el Siglo de Oro español; como doctorando, donde descubrí al maestro con creces que ahora reconozco y aclamo; como becario de investigación, cuando con paternal afecto me acogió como docente e investigador universitario y me protegió, no saben ustedes cómo, de aquellos dioses mayores que solo me veían como antihéroe; como coorganizador de las “12 horas con el Quijote”, que muchos de los presentes no olvidan; como representante del alumnado, como opositor, como docente en Secundaria, en viajes, textos, conversaciones; y, sobre todo, muchos de los que aquí se hallan lo recuerdan todavía, como participante activo en la edición del libro homenaje que la comunidad universitaria de Canarias realizó en su honor hace ahora una década, mes arriba, mes abajo.[2] Diez años después, con más libertad de la que entonces podíamos presupuestar, se repite un escenario similar al de entonces: los dos estamos juntos, mirando hacia el mismo horizonte y muy felices porque otro libro mágico nos ha vuelto a reunir.

Entenderán, tras lo apuntado, la enorme gratitud y responsabilidad que siento por estar aquí, ahora y así, honrado con el permiso recibido para ejercer una compleja portavocía: la de todos aquellos discentes que han vivido como un don concedido el magisterio y el trato del profesor Cabrera Perera.

II

Cuando se participa en actos literarios como este, ocupando un lugar como el que ocupo, uno se expone (por mor del vínculo con el autor, a quien un no puede causar una innecesaria ofensa) a que las gratitudes y las responsabilidades se circunscriban exclusivamente al campo de los afectos y, en consecuencia, a que se edifiquen las palabras presentadoras con el único propósito de minimizar los defectos del neonato libresco y ensalzar más de lo convenido sus virtudes, aunque estas no existan y sea aconsejable el que se inventen gracias al “decir sin decir” que nos ha enseñado la preceptiva retórica durante muchos siglos. En no pocas ocasiones me he visto en la obligación emocional de saltarme la obligación deontológica en aras de atender compromisos y confianzas depositadas en mi simple persona, y he tenido que decir aquello que, sin duda, si pudiese, no volvería a repetir, por el temor a que la repetición de una mentira termine convirtiéndose en una verdad, aunque sepamos que esto no es cierto.

Mas nada de lo señalado ha ocurrido con este libro. La gratitud y responsabilidad obedecen al honor que para quien les habla supone presentar un libro de nuestro insigne maestro de maestros, un magnífico libro, un muy buen libro, que escapa a cualquier consideración que pudiera hacerse a tenor de sus otras producciones bibliográficas. Cualquier pretensión estilística unificadora que quisiésemos trazar a la hora de concluir cómo es la obra escrita del profesor Cabrera Perera queda desmontada con esta novela, quizás porque, por primera vez, estamos ante un texto que escapa a los espíritus didáctico, ensayístico y académico que han presidido sus escrituras pretéritas. El cambio de género no implica en sí mismo ninguna excelencia, es cierto, pero sí una modificación de la actitud creativa de su autor, lo cual ya es llamativo: ¿Qué ha ocurrido —cabría preguntarse— para que el célebre profesor Cabrera Perera, autor de renombrados y consultados títulos científicos, haya optado por hacer una incursión en la creación literaria gracias a estas dignas de aplauso Divagaciones, que conforman una muy entretenida novela, de fácil y rápida lectura, y un extraordinario ejemplo de cómo la literatura es, ante todo, un arte para el placer intelectual?

El intento por responder a la pregunta enunciada me ha conducido en los últimos meses —cuando más intensa ha sido mi participación en este libro— al análisis de la impecable trayectoria profesional, académica y personal del profesor Cabrera Perera, que conozco gracias a mi experiencia personal con él (forjada a través de sus estudios y de nuestra convivencia) y al enriquecedor mundo de personas que lo circundan y que, como yo, lo admiramos. Tras ver, leer, contrastar, analizar… concluyo con la única respuesta que veo factible: solo alguien libre, verdaderamente libre, es capaz de cambiar de registro y hacerlo de la manera con la que don Antonio lo ha hecho.

III

La libertad con la que nuestro maestro ha compuesto estas Divagaciones (mis recuerdos de los cuarenta años) le ha permitido no atenerse a las muchas reglas editoras que cualquier principiante en el género seguiría a rajatabla. Este libro es un inteligente juego lingüístico donde se fusionan los narradores y los estilos; donde se articulan anécdotas vitales y populares en una suerte de confabulación con la realidad, al tiempo que se erigen extensos fragmentos totalmente ficticios que despistan y contrarían a quienes tan pronto sospechamos que estamos ante una veraz autobiografía y nos damos de bruces contra la pared de una verosímil biografía, que para más inri es «novelada», como no duda el autor en destacar desde la misma cubierta del libro, como si dijese sin decir y callase sin callar; y donde la intertextualidad adquiere la sutileza del ser sin pretenderlo y del pretender sin necesidad de que se anuncie a bombo y platillo: díganlo, si no, en nuestra obra, los excelentes pasajes que participan del aroma literario del Siglo de Oro, que muy bien conoce el profesor Cabrera Perera y que no duda en ofrecer cuando asume del género pastoril la capacidad para configurar tramas con personajes encubiertos; cuando del picaresco se queda con la habilidad para contar historias, historietas, chascarrillos y sucesos que logran la comicidad, el asombro o, por qué no, la reflexión del lector sobre la sociedad; o cuando del caballeresco logra plasmar, con encomiable pulso, como si relatase el desarrollo de justas, la tensión de los procedimientos selectivos y batallas académicas vividos por el personaje.

En suma, que hay novelas que necesitan parecerse a las novelas para que tengan una razón de ser; la nuestra, por el contrario, es una novela en el más estricto sentido de la palabra que no acude a las formas del género como necesidad, sino como una muestra más de la libertad con la que fue concebida, compuesta y ofrecida para el divertimento del lector y el pasatiempo del curioso, quien hallará razones más que sobradas para buscar entre los numerosos niveles de interpretación que ofrece el texto del profesor Cabrera Perera la luz en muchos de los secretos que se encierran en estas páginas, secretos estos sobre los que solo diré que jamás han de causar indiferencia cuando sean descubiertos.

IV

Don Antonio no tiene nada que demostrar, todos lo conocemos y todos reconocemos en él al maestro que es. Cabría en este sentido hacerle concesiones benévolas y cargar las tintas más hacia un lado que hacia otro, pero él no necesita estas parcialidades; y si las necesitase, no creo que sean requeridas para anunciar y difundir la buena nueva de este magnífico libro, que no requiere de la compasión de nadie: el libro vale en sí mismo mucho, muchísimo, y ello me alegra y satisface por muchas razones: por ser su autor quien es para mí; por haber participado de alguna manera en el nacimiento del que, sin duda, es un extraordinario texto literario (apelo a los preceptistas en narrativa española para que verifiquen el acierto o no de mi afirmación); y porque la obra en sí y sus circunstancias se transponen con el hecho mismo de la composición y publicación de la primera de todas las novelas universales: el Quijote de Cervantes, el paradigma literario de nuestro maestro y de quien les habla.

Dejando al margen las más que notables diferencias personales que hay entre las realidades del alcalaíno y de nuestro autor, lo cierto es que en ambos no existe la necesidad de demostrar ni que son excelentes escritores ni que merecen más de lo que la vida les ha deparado; no tienen que convencer a nadie de nada, ni buscan el éxito que les catapulte a una posición mejor de la que tienen. Cuando esta es la base de la creación y se tiene el talento que nuestros dos autores tienen, es inevitable que lo creado se sostenga sobre el pilar de la libertad, sin deudas que anquilosen ni favores que aturdan. Es sobre este soporte sobre el que se han de edificar las obras que deben ser perdurables, como ocurrió en su momento con el Quijote y como ha de ocurrir a partir de hoy con estas Divagaciones.

Se afirma y tengo por casi cierto que un buen crítico literario no suele ser un buen autor literario. Don Antonio ha sido un excelente crítico y esta novela nos descubre al magnífico novelista que es. Lo que debe regocijarnos porque no andamos por estos lares muy sobrados de novelistas sobresalientes; de poetas y cuentistas, nada digo, pues basta con dar una palmada para sentir cómo nos rocían, pero en lo tocante al género novelístico…, en fin, que haberlos, haylos, pero no en la cantidad y, en ocasiones, en la calidad esperables. De ahí que les invite a que participen de la gran fiesta literaria que representa este libro.

V

Concluyo. No deseo abusar de la confianza depositada alargando un discurso que podría incurrir en puntos que mis honorables compañeros de mesa pueden abordar con mayor destreza y precisión que un servidor, ni asumir un protagonismo excesivo en el tiempo y en las palabras que no me corresponde, pues, parafraseando a González de Bobadilla cuando se dirige a su libro, «soy hijo de un pastor y no se me alcanza más». Me dejo algunas anotaciones sobre la paratextualidad, la estructura y la cronología de la novela, pero tiempo habrá para darlas a conocer de manera oportuna, porque a estas Divagaciones le quedan todavía muchos años de vigencia estética entre nosotros.

Solo me resta, como discípulo, dar las gracias a don Antonio por todo lo que me ha dado durante todos estos años de académica y afectiva relación paterno-filial; como lector, dar a nuestro maestro de maestros las gracias por esta obra y rogarle encarecidamente que no se demore en la publicación de esos otros hijos literarios que me consta que le aguardan: tome el ejemplo de Cervantes tras las Novelas ejemplares y sáquelos de una vez por todas, que no se quede en el tintero ninguna Semanas del jardín ni famoso Bernardo por ver la luz; ni, por supuesto, segunda parte de La Galatea alguna…


[1] Palabras sobre la novela Divagaciones. Mis recuerdos de los cuarenta años (biografía novelada) de Antonio Cabrera Perera que se dictaron en la presentación de la obra celebrada en el Gabinete Literario de Las Palmas de Gran Canaria el 19 de abril de 2012.

[2]. Studia Humanitatis in Honorem Antonio Cabrera Perera. Edición de Germán Santana Henríquez y Victoriano Santana Sanjurjo. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. 2002. ISBN: 84-95792-61-3. Depósito Legal: GC-31-2002.