[1] Mucho tiempo, quizás demasiado, ha transcurrido desde la última vez que la Biblioteca Canaria de Lecturas (BCL) abrió sus páginas a un nuevo título. A diferencia de lo que venía siendo habitual, no supuso el último número la incorporación de un nuevo autor a la colección, pues ya Julio Pérez Tejera, autor del séptimo número, Amorosa presencia (2015), había sido quien inauguró la serie en 2014 con Caleidoscopio. Tras él, vinieron a honrarnos también: Ángel Hernández Sánchez (Placeres textuales, 2013), Juan Quintana Rodríguez (La casa de Padreabuelo, 2013), Faneque Hernández (Romancero sureño, 2013), Nacho Cabrera Guedes (Ciudadano Yago, 2014) y, como sexto tomo, el título que firmaron Maribel Lacave y Constantino Contreras (Insulares, cuentos al alimón, 2014).
En 2015, llegó el silencio a la BCL. ¿No hubo autores a los que publicar? Es obvio suponer que sí: sí los había entonces como sí los hay ahora y como, sin duda alguna, los habrá mañana. Es más, no faltaron quienes estuvieron en órbitas muy próximas para entrar en el extraordinario cupo de creadores y obras que iluminan la iniciativa editorial; pero por vaya uno a saber qué razones, ahora remotas en mi recuerdo, sus palabras no atracaron nunca en nuestro puerto.
¿Fue porque no hubo medios ni perspectivas para seguir con la colección? No, los hubo, nunca ha dejado de haberlos. El respaldo de un sello editorial tan relevante como Mercurio Editorial permite que el producto literario se difunda y, con ello, se consolide la magnífica proyección de la empresa cultural que nos ocupa. En este punto, conviene agradecer una y mil veces la generosa, enriquecedora y admirable ayuda que Jorge A. Liria siempre ha ofrecido a la BCL para que fuera posible.
¿Que qué pasó entonces? Sinceramente, no sé muy bien qué fue; no sé cómo nos silenciamos ni cómo, de repente, cuando me quise dar cuenta, había pasado tanto tiempo desde la última vez. No sé…
Repito, no sé…
…pero sí sé que, tras leer el material poético de Benita López Peñate, que llegó a mis manos gracias a un sutil y eficaz «mira esto, te gustará» de mi siempre apreciado Jorge Liria, seguido de un rictus de complicidad, supe que el octavo título de la biblioteca había nacido. No hubo la menor duda al respecto, no anidó en mi ánimo titubeo alguno; supe que aquella trilogía de piezas entregada en tres archivos informáticos (Suerte de arena, Tocar el viento y Pasión de espigas) debía ver la luz en la BCL, que era hora de salir del letargo porque el azar me había situado en el punto donde la autora y un servidor podíamos confluir en una ruta común que estaba dirigida por la asunción de una percepción dual: este libro cierra algo; y este libro, además, abre algo.
Las siguientes páginas no pueden ser sino la crónica veraz de una escritura, la de este preliminar, que nace tras el primer viaje lector y que adquiere la forma que ves a través de un trayecto, preludiado con el citado «mira esto, te gustará», que va del «sí, Jorge, lo haré» al mucho tiempo, quizás demasiado, ha transcurrido desde la última vez… con el que comienzo esto que, espero, te sea leve y complaciente. La razón fundamental de esta necesidad es la de dejar constancia de un camino vivificante como es el que, desde la sombra, nos lleva a la luz, y de aquí al éxtasis. Es este periplo de la nada al todo el que he transitado a través de las composiciones de nuestra autora en esta edición: sus palabras son, pues, la vía; su universo, el de estas páginas, en perfecta simbiosis, el nuestro.
Para la historia ha de quedar que al poco de aceptar el grato reto, contacté con nuestra autora para hablarle de la BCL y compartir con ella mis intenciones. Del primer intercambio epistolar que mantuvimos, conservo dos detalles que no puedo dejar de compartir contigo: por un lado, la sujeción emocional, espiritual y física a ese sureste grancanario que nos vincula y que ha estado, además, muy presente en la edición que he preparado porque se vio acompañada por los siempre cercanos versos del Romancero sureño de Faneque Hernández, magnífica pieza literaria que habita en nuestra colección.
Por otro lado, cuatro anotaciones que me hizo llegar nuestra autora y que he decidido no parafrasear, pues no tiene sentido alguno que interprete aquello que en estilo directo se entiende a la perfección y que sirve para informar sucintamente y sin propósito exegético del contenido que abrazan estas páginas:
Apunte 1. «Mi idea es cerrar esta etapa de mi escritura […]»
Apunte 2. «Suerte de arena es un pequeño poemario recopilatorio de poemas nuevos hasta el 2017».
Apunte 3. Sobre los textos narrativos de Tocar el viento, «son textos a los que tengo mucho cariño, no te imaginas cuánto, y que tengo miedo a perderlos si no los publico. Solo tres de ellos han sido publicados en libros colectivos de un taller, pero son libros autopublicados por un grupo de personas y no está en las librerías […] En su mayoría, los tengo escritos desde el año 2012 y 2013».
Apunte 4. «Pasión de espigas es un poemario que contiene poemas ya publicados por Beginbook en el libro Celosía y poemas inéditos»; «[…] es una selección que hizo Roberto Manzano y su mujer, Reyna Esperanza».
La mención a los célebres poetas cubanos me permitió abrir una nueva vía informativa: ¿Cómo habían llegado su órbita? Las razones circunstanciales (VI Encuentro de Poetas en Cuba “La Isla en Versos”, 2017, mayo, Holguin, Cuba) dieron paso a otras de índole poética e intelectual [«fue un antes y un después para mi escritura»], ejerciendo ambos una influencia afectuosa en nuestra autora de la que ella tiene a bien compartir con cuantos nos hemos acercado a su universo lírico.
El propio Manzano, en el prólogo de este proyecto editorial, nos presenta a la autora con una precisión imposible de ser emulada: «Benita López posee una envidiable soberanía interior, y su ministerio poético nos enseña en qué consiste la verdadera redención». Y más nos dice el gran vate sobre la poética de nuestra creadora:
«Todo el tiempo habla de sí misma, de sus amores, de sus angustias, de sus pulsaciones íntimas, y todo el tiempo se encuentra hablando del agua, de la tierra, del camino, de la montaña, de la piedra, de la flor, del cielo, de una Gran Canaria que ha incorporado a su arca de oro una nueva dibujante fiel y profunda de su plutónica y estelar sustancia».
Estas certeras palabras fueron decisivas para el gran objetivo que persigo con esta crónica que me honra componer para ti, pues habla de una gran poeta y de un gran poemario como es el que nos convoca en esta octava entrega de la Biblioteca Canaria de Lecturas: ofrecerte el humilde, nada dogmático y sumamente divulgativo (confío en que pedagógico, también) trazado de algunas observaciones sobre la expresión literaria de López Peñate con el fin de consolidar en tu condición lectora y curiosa la idea de su valía y, con ella, la necesidad de conocer las piezas líricas que enjoyan estas páginas y sobre las que algo compartiré contigo a continuación. Ya lo expuse antes, te lo recuerdo ahora: de la sombra a la luz, de la luz al éxtasis.
Comencemos por una pregunta importante cuya respuesta, quizás, no exista o no sea posible sintetizar como verdad universal, pero que conviene indagar en ella porque nos permite situarnos ante el acto mágico de la decodificación, el proceso que transforma en entendimiento lo oculto en la maraña de un sistema equis. Esta es la pregunta: ¿Cómo se lee poesía? Siguiendo el DRAE, reformulo la cuestión: ¿Cómo se entiende o interpreta una manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa? Miles de críticos, docentes o no, ofrecerán miles de respuestas diferentes [si me he pasado, lo dejamos en cientos, ¿vale?], lo que, visto con la debida perspectiva, nos permite confluir con la única que puede ser considerada válida: ‘De todas las maneras que un lector pueda y quiera’.
No leo a Benita López igual que a Josefina de la Torre; tampoco a la autora de “Romance del buen guiar” del mismo modo que a Alicia Llarena; ni a la compositora de “Releyendo a Garcilaso, años después” como Tina Suárez, a pesar de su concurrencia temporal; ni… No leo al nombrado Garcilaso como leo a Pedro Salinas, Saulo Torón o Eugenio Padorno, ni al propio toledano como lo hago con autores que, de alguna manera, compartieron con él estilo, época y poéticas como Juan Boscán y Diego Hurtado de Mendoza. Para todos tengo una lectura; un procedimiento que se sitúa necesariamente al margen de la probable sensación de parecidos con la que se reconozca su naturaleza. Toda semejanza es, como mínimo, binaria, por muy exactos que puedan llegar a parecernos los objetos de la comparación.
Así, pues, con la convicción de que mi lectura de López Peñate había de ser diferente a las muchas llevadas a cabo de otros autores, la pregunta que sigue es, cuanto menos, inevitable: ¿Cómo he leído a López Peñate? Respondo de la única manera que tengo para dar cuenta de la experiencia: deslizando la mirada sobre las palabras y dejando que los chasquidos de cada imagen, como teclas de piano, tocasen en mi conciencia literaria. Percibí en este fluir de sus voces una fortaleza interna que se me antoja determinante para dar con el sentido que rige su propósito escritor.
En el primer paseo por su poesía, me detuve en una anotación que, avanzada mi lectura, redacté como posibilidad y que, concluida ésta, atendí como evidencia, dice así: cada término ha sido esculpido desde el pozo más profundo de su alma, donde se halla el verbo emotivo, aquel del que brotan manos en cada grafema, manos que sujetan, que acarician, que reconfortan y, de su inevitable condición vital, manos que aprenden a soltar, a despedir, a decir “hasta siempre”, que es lo que se dice cuando no existen adioses definitivos, sino pactos con el tiempo y la memoria.
Fue así como descubrí que cada verso en nuestra autora debía leerse como si fuera en sí mismo un poema; de ahí la expresión antes utilizada: «chasquidos de cada imagen». Deslizo mi mirada y veo instantáneas, reflejos transitorios, fotogramas que encierran estados simbólicos y que, entre metáforas, cubren pensamientos y sensaciones trascendentes; imágenes excepcionales que renuncian, porque no puede ser de otro modo, a las posibilidades de la complejidad sintáctica en su función combinatoria. La suyas, oraciones cortas; tan cortas y, en ocasiones, tan sutiles que, para que los términos no se caigan de su verso y se amontonen al pie de la página, se sujetan con imperceptibles hilvanes. Pero no lleguemos a concluir que estas fugaces expresiones están, por seguir el símil costurero, deshilachadas de lo que es el poemario como unidad conceptual, pues no puedo dejar de sentir que, hablando de tantas maneras distintas, no deja de hablar, en cierta medida, de lo mismo.
Mas, ¿de qué hablan esas instantáneas, esos reflejos fugaces, los fotogramas de sus estados, las…? De ella, como dice Manzano [«Todo el tiempo habla de sí misma», nos dice el cubano], lo que es muy cierto, tan cierto como, bien mirado, ineludible, pues a un poeta, en el fondo, qué otra cosa le vamos a pedir que no sea la de narrarse líricamente a sí mismo. ¿De qué otro tema con mayor exactitud se puede hablar que no sea de uno mismo? ¿De qué otras escrituras deben dar cuenta los creadores como Roberto o Benita que no sean las que emanen de su existencia, de sus miradas internas y sus laberintos indescifrables, de su lucha por lograr el verbo que sujete la realidad como la fotografía agarra la luz que reproducirá?
Sí, ella habla de sí…
«No sé sentir a medias: / incluso cuando muera, / el roce de la tierra erizará mis pechos».
«Me muevo / igual a un pájaro. / Mis párpados son las alas».
«Las raíces no hacen alarde / de los árboles que son. / Conservan su intimidad. / Ocultas reciben al agua y al sol, / que tampoco hacen alarde de nada: / se limitan a ser lo que son / en la superficie de las cosas. / Yo también resguardo mi intimidad: / la soledad que me permite ser / lo que ven en mis ramas».
…pero su “sí misma”, entrelazado en las púas y flores amarillas de la palabra “sur”, viene condicionado por un estado vital donde la poesía, esa entidad sublime de la palabra y el sentimiento, se entremezcla con el mismo oxígeno que respira. Ella es poesía en estado puro y la suya, con la debida proyección, también podría llegar a plantearse como una suerte de poesía pura: verso corto y cortas estrofas, predominio de sustantivos, ausencia de elementos narrativos, percepción del poema como una totalidad simbólica que nace y muere dentro de sus límites estróficos y, de alguna manera, liberación de toda dependencia del tiempo y el espacio en la búsqueda de la esencialidad.
Esto último me interesa mucho porque es la conclusión a varias incursiones que he realizado en el poemario y donde he ido evolucionando en esta interpretación a medida que progresaban mis relecturas. Veo la intemporalidad cuando observo que el pasado…
«Río sin agua sigue siendo río, / pues conserva su lecho: / tramos secos, húmedos, / y luminosos a medida que el sol / de tus manos avanza».
presente…
«Sol, despierta, me estoy durmiendo».
y futuro…
«Descanso de mis huellas. / Las recojo y guardo en la mochila: / mañana las calzaré de nuevo».
…se funden en una expresión cohesionada que me gustó nominalizar en mis apuntes como una suerte de fui-soy-seré-soy-fui porque quería dar noción de existencia a ese constante ir y venir en el tiempo que no te sitúa en ningún momento porque te permite estar en todos a la vez: «Qué bueno es olvidar para ver también lo por venir», nos dice; «Soy parte de algo en creación que se seguirá construyendo mañana», nos regala. En sus palabras:
«El tiempo es un relato escrito con las vivencias que le vamos dando. Pero también se podría afirmar que el tiempo es un dictado: ¿qué viene antes, el tiempo o la vida?»
Y percibo la ausencia de un espacio tangible, esa cualidad de lo “inespacial”, otro vocablo surgido con el mismo afán que el anterior, porque su asidero a esta Canarias que nos une y a la que no podemos renunciar [«Es importante donde se nace: es para siempre», apunta] se transforma desde su emoción en un espacio singular en su visión y, a la vez, universal en sus impresiones: una parte dentro de un todo, una parte que contribuye con el todo: «El océano es mío: soy su isla», nos dice en “Deseos”; y alrededor de esta tierra y de esta agua, el aire: «Todo lo que sobresale de la superficie se mueve con el viento. […] Todo lo que tiene vida se mueve con el viento».
El espacio, que condiciona la escritura poética en forma de vocablos esenciales, se conforma a través de una naturaleza que refleja lo que contemplan sus ojos y lo que su alma poética, al mismo tiempo, proyecta: «La casa de mis poemas: nido donde leer los versos de cada hierba, de cada espiga», recita. Su aulaga,[2] que para ella simboliza alegría, belleza, sencillez, fortaleza y salud, es una imagen poliédrica de múltiples sentidos donde cualquiera puede verse representado, sea de la condición que sea, venga del lugar y el tiempo que sea.
En esos vocablos esenciales donde cimenta su poética de la intemporalidad y la “inespacialidad”, pululan términos propios del paisaje tangible que se erigen como símbolos de su paisaje lírico. Un análisis de la frecuencia de aparición de determinadas palabras nos permite vislumbrar en torno a qué campos semánticos gira la expresión poética de nuestra autora. El estudio de las concordancias se torna indispensable para poder establecer los vínculos entre la formulación lingüística de la poesía y la cosmovisión que anida en la voluntad creativa. En el caso de Benita López, el análisis de sus términos me conduce a una relación de sustantivos que merecen toda clase de atenciones porque son clave para entender ese hablar de sí que se torna, no me cansaré de insistir en ello, en un hablar de nosotros. Al margen de la presencia incuestionable de preposiciones y conjunciones, y de determinantes (necesarios porque abundan los sustantivos), en el ranking de los que están más presentes en su poemario hay que situar los siguientes:
- Agua. Aparece 111 veces. La preposición “con” lo hace 112 veces y un determinante como “mi”, la voz que sigue en frecuencia, 105 veces. Fíjate en que tanto la preposición como el determinante representan vocablos de uso muy habitual en cualquier discurso en lengua española.
- Sol. Aparece 91 veces. La preposición “por”, verbigracia, lo hace 92 veces; y “para”, por su parte, solo 88 veces.
- Árbol y la forma plural “árboles” aparecen 80 veces.
- Tierra, 67 veces; la palabra “más” se repite 70 veces y los pronombres personales “ella” y “él”, 61 y 66 veces, respectivamente.
- Luz, 56 veces. Sigue a “sin” (57 veces) y va antes de “son” (54 veces).
- Ojos, 53 veces.
- Mar, 45 veces. Le sigue la palabra “tiene”, con 44 apariciones.
- Noche, 42 veces; le antecede “si” (43 veces) y le precede “como” (42 veces).
- Cielo, 37 veces aparece en las páginas de nuestra autora; antes está “siempre” (39 veces) y después “solo” (35 veces).
- Día, 34 veces; le precede “donde” (35 veces).
- Camino, 31 veces.
- Casa, 31 veces; le sigue “qué” (30 veces).
Quiero destacar el hecho de que muchos sustantivos lleguen a aparecer más veces que determinadas palabras que, por su función gramatical, están llamadas a estar presentes en los discursos formulados en nuestro idioma.
Estos resultados sobre las concordancias léxicas nos lleva a destacar la fortaleza significativa que, en De mi alma, luces, atesoran términos como: agua, sol, árbol, tierra, luz, ojos, mar, noche, cielo, día, camino y casa, que edifican, con sus formas y sus sentidos denotativos y connotativos, estructuras de pensamiento lírico superiores: las que, desde la formulación de ese yo que habla sobre sí para ayudarte a hablar sobre ti, representan:
superación…
«Nunca haré al sol / compadecerse de mí. / Empecinarme en lágrimas / desperdiciaría / mucha de la luz que me da. / Me gusta mirarlo, / pero hoy me iré antes de que anochezca. / Envuelta en su calor / no tendré frío en casa»;
esperanza…
«El valle alivia el precipicio…»;
anhelos…
«¡Quiero un sol de tierra! / ¡Cansada estoy de tanto sol de cielo!»,
«Huellas en las piedras son las que quiero. / Las huellas en la arena se borran fácilmente»,
«Necesito la vitalidad del viento. Los caminos no se mueven, se mueven las ramas, los pies, pero la tierra permanece quieta. Todo lo que tiene deseos de vivir se levanta, los árboles siempre; pero a veces viene muy fuerte y tengo que aceptarlo, aceptar el ruido para que se convierta en canción»;
el binomio soledad-compañía…
«Extender mi mano donde haya amor. / Lugar posible, la otra almohada: / no hay nadie, pero estoy yo»,
«Al acostarme y traer a mí la sábana / siento que es el mar / quien viene desde mis pies / como si yo fuese / arena de una playa. / Lo mismo me sucede contigo: / el mar eres tú»,
«Guardas mi sonrisa y yo, la tuya. / Son tan bonitas cuando las dos se encuentran…»;
futilidad…
«La isla seca… / y su mesa sin agua, / y su mesa sin tierra. / Y sin embargo se lamenta / de un día de playa nublado»;
lo trascendente…
«Dentro y fuera del cementerio / pájaros y árboles se comportan igual. / No hacen preguntas»,
«El rosal se muestra impasible. / Elabora sus próximas rosas»,
«La muerte es / página ineludible: / imposible no leerla»,
«El camino de la vida es innato, como lo es al mar su lecho, ir y venir de una orilla a otra con todo lo que encuentra»;
la experiencia vital…
«Sería absurdo un corazón / desdiciéndose de sus propios latidos»,
«Elevo mis ojos al cielo, / mas la tierra me obliga: / regreso a mi origen de barro»;
«Es doloroso y largo el aprendizaje del agua. Solo cuando se haga río, será capaz de su propia música»,
«Las piedras despertaron partes dormidas de mis pies»,
«Hay que tener surcos para seguir adelante»,
«Alcanzo la cruz, / quito los clavos / y beso sus pies. / Cae sobre mí; / acaricio, / doy la mano / y comenzamos: / el camino es largo».
y, para no extenderme más, porque para mucho más hay, la mujer, que adquiere en sus palabras una dimensión singular que, reconozco, me ha fascinado:
«En la agenda de mis venas llevo numerosas mujeres escritas, impregnada de ellas corre mi sangre».
«No puede la vida olvidarse de la vida, de todo lo recorrido siglos atrás por otras mujeres para estar aquí. Si la vida pudiera desandarse para llegar, no solo a la fecha del nacimiento, al pecho lactante, al vientre del embrión, al instante del óvulo, del espermatozoide, sino más allá: más allá de todas las mujeres y de todos los hombres, ¿hasta dónde llegaría? En la sociedad aborigen de las islas se practicaba el derecho de pernada, ¿dónde aprendió Guanarteme? Es anterior a los primeros pobladores de las islas, vino de los continentes; pero ¿dónde y cuándo lo aprendió el primer hombre? Viene de muy atrás».
Sí, escribe sobre ella, ella en el tiempo y el espacio, ella en las rutas de sus convicciones en forma de una naturaleza atravesada por un camino que acepta recorrer y sobre el que declara líricamente porque, como no he podido reprimir subrayar una y mil veces en mis borradores mientras leía sus composiciones, escribiendo sobre ella, escribe sobre nosotros; y leyéndola, nos leemos. ¿Cómo? Ya lo dije antes: de todas las maneras que podamos y queramos.
Este poemario, además, a pesar de su unicidad, no puede renunciar a ser múltiple, porque del mismo modo que no se leen iguales dos poetas, no se lee igual dos veces el mismo conjunto poético. Como ocurre con los textos sagrados, como te ocurrirá con este De mi alma, luces cuando dejes atrás estas fatigosas palabras que con mucho cariño he compuesto para ti, la poesía, la auténtica, la que merece ser conocida y difundida, interiorizada y vivida, tiene el don de amoldarse al estado anímico de quien se acerca a ella, poseerlo, envolverlo, situarse en los recovecos donde se hallaba el vacío para cubrirlos con la palabra interpretada bajo el prisma de una simbología que une, en un infinito e imperecedero abrazo, como en el caso que nos ocupa, a la poeta con el lector.
Esta es la crónica veraz de una escritura, como te dije, a la que he dado vida con el único propósito de ofrecerte, mientras expreso mi sincera y abrumadora admiración por Benita López Peñate, una manera excepcional de conocerte a ti mismo. Tiempo es ya de no abusar más de tu confianza. Traspasa los límites de esta página y mírate en el espejo donde habita este De mi alma, luces que te pertenece. Concluyo, pues, «la última página y la cierro como se cierra el océano cuando llega a la orilla».
[1] Preliminar compuesto para la edición que realicé del poemario De mi alma, luces de Benita López Peñate, tomo 8 de la Biblioteca Canaria de Lecturas. Mercurio Editorial. Págs. VII-XIX. 5-13. ISBN: 978-84-17890-21-6.
[2] Voz que la autora siempre escribe con hache: “ahulaga”.