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Sobre textos hogareños

[1] Textos hogareños. Dícense de aquellos escritos sencillos y sin pretensiones académicas, lo que no impide que sean rigurosos en su contenido y que, por lo general, suelen componerse con espíritu didáctico. Se denominan “hogareños” porque la calidez de su expresión y la luz que desprenden sus contenidos son los propios de un hogar; y porque en torno a ellos se reúne un grupo de personas emparentadas emocional e intelectualmente con el escritor.

Cuando el oportuno Cide Hamete Benengeli de postín redacte dentro de algunas décadas o siglos una nueva versión del gran diccionario de la literatura universal, tendrá que hacerse eco de este subgénero narrativo y poner como ejemplo Crónicas en las ondas, 1996-1998 del maestro Cabrera Perera. Este volumen, que ocupa el segundo número de la colección que le dedicamos, es el símbolo de una sobresaliente, intensa, generosa y muy aplaudida labor como fue la que realizó nuestro autor durante muchos años en el programa radiofónico Suena la tarde de Santiago García Ramos.[2]

Durante la planificación de la Biblioteca Antonio Cabrera Perera (BACP), tanto mi compañero de edición[3] como un servidor concluimos que el mejor arranque para la colección era el que representaba la inclusión, en un mismo volumen, de dos títulos destacados en la bibliografía del maestro: Las Islas Canarias en el Mundo Clásico (1988) y Tratamiento del libro en la biblioteca (1991). Su elección fue pareja al sentido que representaba la iniciativa editorial. No en vano, afirmamos en la introducción de dicho tomo lo siguiente:

Hablamos de manuales, en la acepción de libro en que se compendia lo más sustancial de una materia, que tuvieron en su momento una gran repercusión entre lectores y especialistas por sus excelencias, lo que se constata por el significativo número de referencias, citas y usos que han ido atesorando las citadas obras durante las más de dos décadas de existencia que tienen; y que, por las características de las dos entidades que promovieron su publicación, se quedaron aparcados en alguna que otra reimpresión que, en cualquier caso, no se ha traducido en la posibilidad de adquirirlos al día de hoy por otros cauces que no sean los bibliotecarios o los propios de establecimientos de libros de segunda mano. Nos apena y nos da rabia que, sea por lo que sea, dos textos tan valiosos como los apuntados no hayan sido objeto, hasta este instante, de una mínima voluntad por que estuviesen disponibles para las generaciones actuales. Así pues, debe verse el paso que hemos dado con esta colección como el deseo de cohesionar una producción bibliográfica de primer nivel y la elección de los dos esenciales títulos en el primer tomo como el resultado de una certeza: qué mejor bendición para la magna empresa que dos grandes obras.

Además de lo expuesto, también teníamos muy claro que era importante combinar aquellos títulos más relevantes del profesor por su difusión y conocimiento junto con los que habían tenido un ámbito de acceso más limitado o parcelado por circunstancias que no vienen al caso enumerar. Al primer grupo cabe adscribir el tomo 1 de la BACP; al segundo, el que ahora nos ocupa.

En este sentido, las crónicas que nos unen a través de esta edición tienen un encanto especial que las convierte en una suerte de exquisita rareza bibliográfica, pues, al margen del grato contenido que las ilumina, mantienen cierta analogía con lo que fue la tradición literaria oral de comienzos de nuestra literatura y su posterior plasmación en la escritura. Los que nacieron como textos para ser escuchados, vivieron un proceso inicial de difusión en el que los primeros receptores se convirtieron en emisores para los segundos, y estos hicieron lo propio con los terceros… Con este panorama volcado en la oralidad, las palabras del maestro, parafraseando el célebre pasaje de la segunda parte del Quijote, cumplían con el propósito de ser claras y asequibles al entendimiento: las usaban los niños, los mozos las asimilaban, los hombres las entendían y los viejos las celebraban, pues sus exposiciones conformaban el más gustoso y menos perjudicial entretenimiento que hasta ahora se haya visto, porque en todas ellas no se descubre ni una palabra deshonesta ni un pensamiento menos que católico.

De las charlas, tertulias y conversaciones surgió la inevitable conclusión de que era necesario que la palabra impresa cogiese forma para que la oral no quedase deformada ni, lo que es peor, en el olvido. Fue en este instante de convicción cuando nació en nuestro autor el deseo de que este libro, en soporte papel, se hiciese realidad. Esta pretensión queda testimoniada en la existencia del original que utilizamos para fijar el texto de nuestra edición[4] y en la explícita mención a este propósito que se hace en algunos artículos (en “El dardo en la palabra” de 1997, por ejemplo).

La obra que nos convoca en esta ocasión ha esperado quince años para ser publicada. Supe de ella hacia el año 2003, aproximadamente. Mi memoria remonta el primer conocimiento de este título al poco de haber concluido mi defensa de la tesis doctoral. En algún encuentro posterior al acto académico, el que fuera su doctorando —quien esto escribe— oyó de su director —nuestro maestro— el deseo de que fraguasen en un proyecto editorial estas crónicas; mas, por una razón u otra, el tema de la edición se pospuso y no se retomó hasta hace unos cinco años, aproximadamente. En uno de esos encuentros periódicos que tenemos, el libro volvió a nuestras charlas y, con su mención, se renovó en mi memoria el cariño con el que el profesor hablaba de él. Mas entonces tuve la oportunidad de tenerlo en mi mano. Aún recuerdo el instante: se levantó del sillón, se dirigió a un mueble bajo que estaba próximo a la mesa de su despacho y sacó el original… Me lo enseñó con orgullo; y con no menos orgullo lo cogí entre mis manos.

Aparentemente, aquella pieza no tenía el encanto de las grandes encuadernaciones ni de esos libros antiguos que tanto nos apasionan, pero poseía la fortaleza que dan los textos labrados con cariño y sapiencia; y aunque no fuese un incunable senso stricto, aquel tomo era único, pues no había en toda la Tierra otro ejemplar como ese. Aquel tesoro, además, era el testimonio humilde y sencillo de alguien que había invertido muchas horas valiosas en la composición de unas escrituras que fueron recibidas no solo con las apacibles voluntades que reclamaba Cervantes para su Galatea, sino con la fidelidad de una audiencia radiofónica que esperaba con verdadero entusiasmo la emisión del programa y ese «libro en las manos» que siempre llevaba Cabrera Perera.

A finales de 1998, el maestro finalizó una selección de aquellos textos radiofónicos que había elaborado durante los tres años anteriores y que a su juicio eran los más significativos, los que más beneplácito recibieron de cara a una futurible publicación. Las páginas de este jardín eran las que entonces hojeaba y ojeaba en aquella dichosa mañana en la que surgió la necesidad de hacer lo posible por llevar a cabo la empresa que debía concluir con el nacimiento de un libro tan singular como especial. Eso fue hace un lustro; hoy, por fin, es una realidad.

La edición que publicamos, pues, respeta la selección que hizo el profesor Cabrera Perera porque se ajusta a lo que en su momento fue una elección basada en criterios particulares.[5] De cuantos artículos compuso durante el periodo que señala el título, estos que hoy publicamos son los que le apetecía ver juntos de cara a una publicación como la que nos ocupa. Es importante destacar esta circunstancia.

Una visualizada rápida por el índice nos muestra que hay dos grupos destacados de artículos: los que poseen nombres propios, bien de escritores, bien de libros; y los que entroncan con festividades que poseen un profundo arraigo en nuestra cultura. Hay un tercer conjunto compuesto por temas que mantienen un vínculo con cuestiones relacionadas con nuestra lengua y nuestro dialecto (pasamos de la Academia Canaria de la Lengua, a los anglicismos del español de Canarias y a las acepciones de términos como “leche” o “polvo”); y un cuarto grupo más variopinto, donde nuestra Unión Deportiva Las Palmas tiene un espacio y la Biblioteca Pública Municipal de Tejeda, que llega a nuestro libro como el recuerdo de otra ingente labor hecha por el maestro, el suyo.

En este mosaico, hay un apunte que me gustaría destacar sobremanera: el relacionado con las festividades y el hecho de que, en la selección del profesor, estas se ofrezcan en ocasiones con más de un artículo: sobre el carnaval hay dos textos; sobre la Navidad, tres; sobre… Esta repetición de temas y, a veces, de puntuales contenidos debe interpretarse como la intención del autor por trazar una secuencia textual que refleje ese día a día que nos contempla y en el que no son infrecuentes las jornadas señaladas ni el que estas vuelvan a darse de manera periódica. Estas reiteraciones, con sus particulares variantes, convierten a este gratificante conjunto gestado por un intelectual deudor del más puro humanismo renacentista (eminentemente filológico, profundamente literario, intensamente didáctico) en una crónica vital y significativa de Canarias, en general, y de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, en particular. No en vano, con toda justicia fue merecedor el maestro, en junio de 2007, del título de Hijo Predilecto de la Ciudad.

Además de este espíritu cronístico en el que se envuelve la esencia de este libro, me gustaría ponderar el que todos los textos se elaborasen ex profeso para cada espacio radiofónico, lo que demuestra el enorme trabajo que realizó nuestro autor durante sus años de permanencia en Suena la tarde; una labor que compaginó de manera excepcional junto a sus otros quehaceres profesionales. Cierto es que, de vez en cuando, se detecta en algún texto algún contenido disperso procedente de un escrito anterior, pero esto, además de lógico, es, hasta cierto punto, inevitable cuando se abordan temas cuyas líneas de desarrollo son idénticas.[6]

Otra cuestión que quisiera resaltar de Crónicas en las ondas es la que tiene que ver con el magnífico equilibrio que mantiene nuestro autor entre la sencillez de su exposición y el rigor de sus afirmaciones; entre la amenidad y el marcado sentido pedagógico. El tono desenfadado y nada dogmático de sus artículos constituían en su momento una invitación a la escucha que cualquier espíritu curioso muy difícilmente podía ignorar.

Uno de los fines que nos hemos marcado a la hora de fijar esta edición tiene que ver con el mantenimiento del estilo del maestro sin dejar de hacer uso de todas las posibilidades que ofrece la lengua escrita. No hay que olvidar que los artículos se elaboraron en su momento para que fuesen compartidos con una audiencia radiofónica que, por su naturaleza, no podía disponer del refuerzo que supone el lenguaje no verbal ni de las notas a las que usted puede acceder en este volumen. Esta circunstancia ocasionaba la elaboración de digresiones y anotaciones en los textos que, en algunos casos, suprimimos por ser apuntes supeditados a la oportunidad o no de ser expuestos, o por ser variantes de una idea reiterada en la exposición que sirve de ayuda en un texto oral, pero que puede estorbar en uno escrito.

En otros casos, estas indicaciones se convierten en notas a pie de página que identificamos como “Nota del autor” (N.A.) para diferenciarlas de las nuestras, denominadas “Nota de los editores” (N.E.). Nuestras notas contienen fundamentalmente observaciones sobre determinados aspectos de los artículos que consideramos esenciales para sortear el espacio temporal que, por un lado, tienen muchos entre sí; y, por el otro, mantienen estos con respecto a nuestros días.

El aparato anotador y la adaptación a la escritura de estos textos orales, verificada a través de una profunda revisión del original de 1999, son nuestras humildes aportaciones a este magnífico título que, por la parte que me toca, percibo como el grato cumplimiento de un lejano deseo (o un propósito remoto) y, al mismo tiempo, como un regalo al maestro hecho de todo corazón y, por extensión, al patrimonio cultural, en general, y filológico, en particular, de nuestra tierra, pues ese es uno de los fines de la Biblioteca Antonio Cabrera Perera.

Un paso más damos en esta colección. Es humilde porque a más no llegamos sus editores; pero brillante y luminoso, porque es el sino de cuanto ha hecho el maestro a lo largo de su dilatada y fructífera trayectoria. Con regocijo contemplamos las excelencias de estas crónicas en las ondas, 1996-1998; y con orgullo concluimos que esta mina de tesoros librescos, literarios y culturales en forma de artículos debe seguir acrecentando los anaqueles de nuestra colección, y que es exigible (si asumimos como debe ser el honor de editar la biblioteca que nos honra) que otras crónicas similares vean la luz cuanto antes para que todas den cuenta de la inmensa contribución al conocimiento que llevó a cabo el maestro, nuestro maestro, durante los no pocos años en los que ocupó la distinguida cátedra que le ofreció Suena la tarde de Radio Las Palmas.


[1] Introducción al tomo 2 de la Biblioteca Antonio Cabrera Perera que coedité en 2014 bajo el título: Crónicas en las ondas, 1996-1998 (1999), publicado en Mercurio Editorial, páginas 5-10. ISBN: 978-84-943203-9-2; Depósito legal: GC 1082-2014.

[2] El célebre programa de radio comenzó a emitirse en octubre de 1982 en Radio Las Palmas. Al poco de comenzar, el maestro entró a formar parte del selecto grupo de colaboradores que siempre ha tenido este espacio. Su sección se denominaba «Con un libro en las manos». En consecuencia, justo y necesario es reconocer un error y pedir su corrección: en la cronología que insertamos en el tomo 1, apuntamos que la colaboración de nuestro autor con este programa comenzó en 1978, cuando debería haberse indicado 1982.

En febrero de 2005, con 75 años y cerca del millar de textos compuestos y emitidos, dio por finalizada su participación en Suena la tarde. Muchos programas se volvían a emitir, generalmente a petición de los oyentes, incluso años después de haber terminado la relación del maestro con la emisora.

[3] A quien agradezco el que me haya permitido personalizar la introducción de este volumen dada la especial cercanía que tengo hacia el título que tienes en tus manos.

[4] Dos referencias cronológicas situadas en el original nos indican los datos precisos de composición y “entrega” de esta obra a su destinataria: en el colofón se lee que la obra se acabó de imprimir el domingo 27 de diciembre de 1998, a las 18.15 horas, en el ordenador Macintosh LC 475, propiedad del autor; y en la dedicatoria a su mujer, doña M.ª Ángeles Morales González, se observa que se fechó el 6 de enero de 1999.

[5] Los 42 artículos que contiene nuestra edición abarcan los cuarenta y ocho del original. Consideramos adecuado concentrar en una sola entrada los escritos titulados: “Los números en la Biblia”, “Libro de los elogios”, “El dardo en la palabra” y “Acertijero”, los cuales, en la primera versión, aparecen distribuidos en varios artículos porque son muy extensos y su longitud los hacía inviables para ser emitidos por radio. En la versión impresa, lo inviable es lo contrario: mostrar en varias partes lo que constituye una unidad conceptual.

[6] Por ejemplo: a la hora de abordar la muerte como motivo creativo, un profesor de literatura española no puede evitar la mención a las dos composiciones más relevantes de nuestras letras: las coplas de Jorge Manrique y la elegía de Miguel Hernández. En este sentido, cuando el tema tiene un hueco en un artículo, nuestro autor acude a estas referencias, tal y como hacemos nosotros en nuestras aulas. Y lo mismo sucede con la Navidad o el carnaval, por citar dos asuntos que tienen un significativo lugar en el libro que nos ocupa.