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En clave de Queen

De la reina…

El 22 de junio de 1979, la banda británica Queen publicó su octava producción discográfica, Live Killers, un doble elepé que representaba su primer disco en vivo. La grabación se realizó durante la gira europea del grupo, que se llevó a cabo entre los meses de enero y marzo del mismo año. Aunque el tour tenía como finalidad la promoción del disco Jazz, publicado el 10 de noviembre de 1978, lo cierto es que solo cuatro de las veintidós canciones del live[1] pertenecían al séptimo long play.[2]

El porqué de esta escasez hay que verlo en las dos funciones explícitas que este tipo de grabaciones tiene: por un lado, [1ª función] permite atisbar el potencial que posee el grupo cuando actúa en directo, que en el caso de Queen era realmente impresionante por su calidad; y, por el otro, [2ª función] facilita el ofrecimiento de una serie de canciones que pertenecen a discos anteriores, con lo que el producto se convierte en una suerte de recopilatorio.

A estas funciones hay que añadir otras dos de corte más implícito: para los músicos, [3ª función] estas producciones suelen ser la mejor manera de finalizar una etapa creativa y, al mismo tiempo, [4ª función] sirven para darse una tregua de todo aquello que, por lo general, constituye su habitual rutina laboral: un bucle compuesto por la composición de canciones, ensayos y grabaciones en un estudio, y la posterior gira de promoción del disco (conciertos, entrevistas…).[3]

Aunque el descanso de la rutina [4ª f.] no es un argumento válido para justificar la aparición de Live Killers,[4] lo cierto es que esta grabación simboliza [3ª f.] el final de una trayectoria creativa,[5] consigue [1ª f.] que nos demos cuenta de la enorme calidad que posee el grupo en directo y, dada la excelencia de los temas, nos conduce inevitablemente a concluir [2ª f.] que Freddie Mercury, Brian May, Roger Taylor y John Deacon son extraordinarios creadores de piezas musicales, cuatro grandes compositores que al rock son lo que a la música clásica gigantes como Wagner, Bach, Mozart o Beethoven.

Cuando el 1 de diciembre de 1986 publicó Queen su segundo disco en vivo, Live Magic, la banda británica cumplió sin matices ni excepciones con las señaladas funciones expuestas, tanto las explícitas como las implícitas. El talento del grupo en directo no solo quedó demostrado y ratificado, sino que se multiplicó con creces; y la genialidad compositiva de los cuatro magníficos alcanzó cotas difíciles de igualar.

Aunque ya tenían en su haber un ex profeso recopilatorio titulado Greatest Hits [02/11/81], Live Magic cumplía, con más fidelidad si cabe, con el propósito de mostrar [2ª f.] una selección más variada de canciones de otros discos, pues a los que se ubicaban en la primera etapa del grupo (periodo 1973-1979), testimoniados en el Live Killers, se les venía a unir los de la segunda, compuesta por el citado The Game más Hot Space [21/05/82], The Works [27/02/84] y A Kind of Magic [02/06/86]. No es que Greatest Hits no atendiese bien a su razón de ser, sino que había sido publicado sin que hubiese mediado un número suficiente de títulos entre este y Live Killers, salvo The Game y la banda sonora de la película Flash Gordon [08/12/80]. En este sentido, Live Magic abarcaba más terreno musical.

Es de rigor asociar el Live Magic con el célebre y abrumador Live at Wembley Stadium’86 [26/05/92], pues ambas grabaciones proceden de la misma gira, Magic Tour, desarrollada en Europa durante los meses de junio a agosto de 1986.[6] Estas grabaciones serán identificadas en esta introducción como Magic & Wembley.

La tercera etapa del grupo, un cofre con tres singulares joyas (The Miracle [22/05/89], Innuendo [04/02/91] y Made in Heaven [06/11/95]), no tuvo reflejo alguno en un live como los apuntados. La recta final de la enfermedad que terminaría por sentenciar a Freddie Mercury el 24 de noviembre de 1991 cerró cualquier posibilidad de escuchar en directo y de la mano de los mentados cuatro magníficos temas que sobre un escenario serían impresionantes: “I Want It All”, “Breathru”, “Headlong”, “Don’t Try So Hard”, “Ride The Wild Wind”, “These Are The Days Of Our Lives”, “The Hitman”, “Bijou”, “The Show Must Go On”, “Let Me Live”, “I Was Born To Love You”, “Too Much Love Will Kill You” o, para no extenderme más, el que reconozco como el regalo más hermoso que me ha hecho Queen: “All God’s people”, mi canción.[7]

Los últimos tres elepés con Freddie, los que conforman el identificado como tercer periodo, son el broche perfecto a una luminosa circunferencia; el divino cierre a una labor musical que supo hallar un lugar destacado e imperecedero en el complejo entramado cultural y artístico del siglo XX y, por extensión, en el universo donde orbitan todas las bellezas que la Humanidad ha creado y donde habitan los eternos, aquellos que han sido designados por la providencia para ser siempre recordados. Tras la última exhalación del “A Winter’s tale” del Made In Heaven («It’s bliss»), la nada cubrió lo que era terrenal y el todo se hizo cargo de lo llamado a ser inmortal.[8]

Conviene aclarar que yo no soy queeneano o queenero, o como se diga, ya que este rango solo es atribuible a los auténticos cardenales de Queen, aquellos que solo viven por y para la difusión y pervivencia del legado de la banda británica. Del mismo modo que no soy cervantista, sino cervantófilo; no soy digno de pertenecer a la categoría señalada, sino a la de aquellos frailes humildes que, con su particular ora et labora, contribuyen piedrita a piedrita a conservar y compartir con su comunidad los dones entregados por los dioses. Todo ello sin dejar de confesar mi condición goliarda, pues, teniendo, como tengo, tan firmes asideros en mi fe, llego a desordenarme en otros placeres a los que no puedo ni quiero renunciar: amando a Queen, no logro evitar entregarme al vicio de Slayer; adorando a Cervantes, no consigo ser comedido en mi uso y abuso de García Márquez y Saramago.

Humano soy y, sin duda, el más pecador de todos; y mi penitencia, que debería reconducirme a la fe de Queen y Cervantes, hace que me adentre, agradecido por la influencia de estos eternos iconos en forma de libre albedrío, en nuevos desórdenes. Mas siempre ocurre lo mismo: cuanto más me desvío de sus frutos, más presentes los siento y más equilibrio, perspectiva y simetría percibo que conceden a mis empresas textuales. Cervantes me ha dado la escritura y Queen, como banda sonora de mi vida, la referencia esencial para poder clasificar el cada vez más complejo sistema de creaciones que he ido gestando y configurando a lo largo de mi río y que sitúo en una galaxia denominada sadalone.org.[9]

…a mi reina

Círculo Cultural de Telde, viernes 25 de febrero de 2011:

[…] soy alguien que ahora les pide permiso para comenzar este ritual con una anécdota que es posible que tenga más de leyenda que de verdad, también es probable que sea una historia que se cimente sobre un buen montón de datos sacados de mil lecturas trasnochadas sobre los que no me he preocupado nunca de su veracidad a tenor de la belleza que representaba su verosimilitud. Esta historia es, pues, para este abstemio que les habla, una copa de licor espiritoso que le ha de infundir el suficiente valor para proseguir. Dice así: se cuenta que el maestro García Márquez tenía pavor a los aviones y que este miedo, para sorpresa de los suyos, se vino a disipar en 1975, cuando publicó El otoño del patriarca. Con el libro en las manos, todo ese temor a los aviones, que había masticado sobre la idea de morirse sin haber escrito el libro que realmente deseaba hacer, había desaparecido. Se podía morir en paz porque ya se había justificado como escritor.

Insisto en que no puedo demostrar que esto sea cierto, pero podríamos aceptarlo como tal, ¿no? El caso es que me apetecía contarles esto así porque ese literario suspiro que debió dar el genial autor de Cien años de soledad, la obra que supuestamente habría bastado para quitarle cualquier duda sobre la inmortalidad, ese suspiro, repito, es el que todavía sigo reproduciendo desde que el 24 de diciembre de 2010, hará cosa de dos meses, más o menos, Jorge A. Liria, el alma de Anroart Ediciones, me dio un telefonazo hacia el mediodía y me dijo: «Tengo aquí algo que quizás te gustaría ver». Era Moiras chacaritas.

Moiras Chacaritas

Desde entonces, y esto debe interpretarse como una declaración oficial, ya tengo claro que me puedo morir en paz. Lo que tenía que decir, quizás ya esté dicho en estas páginas. Bueno, a decir verdad, todavía no debería morirme del todo, pues me quedan ciertos asuntos librescos que debo resolver (demonios que azotan el ánimo) para dar por zanjada la cuestión esa de la existencia, pero nada que sea tan trascendental como la obra que nos ocupa.

Por eso, entenderán que hoy me presente ante ustedes con la tranquilidad que da el saber que, quizás, ya no haga falta repetir eventos como este. Tengo en mi ánimo la certeza de que ya se ha hecho cuanto se debía hacer y con quienes se debía hacer. El resto, lo que venga, lo que haya, formará parte de ese vivir de prestado, que tampoco está mal, ¿verdad?

Me alegra mucho verles y me satisface saber que los nobles notarios impresos de este Moiras chacaritas, a quienes dedico este libro, Jorge y Noelia Liria, vean ratificadas sus acciones con el afecto que desprenden ustedes y que siento hasta el lugar más remoto de mis articulaciones.

[…] ¿Qué representan estas chacaritas como final del trayecto? Sin duda, el colofón perfecto o, mejor dicho, el mejor de los colofones posibles a tenor de este presente que vivo. Consciente de que el azar me condujo a este libro, empeñé en él toda mi voluntad para darle la forma que tiene.

Es el último libro publicado, sí, pero es el primero que se compuso porque ha hecho falta más de tres décadas para que tenga la forma que ahora tiene. Ya lo he dicho, ustedes lo han leído, que el viento tome ahora de nuevo nota: Moiras chacaritas es el libro que salvaría del fuego si me obligasen a elegir entre algunas de mis obras.

Ya me siento libre para tomar la decisión de cerrar el tintero y guardar la pluma en el cajón sin cargo de conciencia alguno porque este libro representa mi testamento ideológico; la suma de unas ideas y unas percepciones estéticas que considero mis avales vitales.

En suma, porque es imposible conocerme sin conocer el Moiras chacaritas, ya que a mi imagen y semejanza se compuso.

[…] Esta obra ha surgido para reconocerles que no hay historia más trágica que aquella que se escribe para ser llorada y que se llora cuando aún no ha sido escrita; porque esta es, amigos míos, una obra de soledad y tristeza ante todo; y, cómo no, de muerte.

Pero no ha de verse como una obra oscura. Tras la noche, el día; tras las sombras, la luz. Todos los días amanece y lo importante es saber cómo es posible ver el Sol.

El hecho de que esta sea esencialmente una obra de despedida personal, individual, no debe llevarles a renunciar sobre la ejemplaridad (en el sentido cervantino) de gran parte de estas páginas. Es posible que haya algo en ellas sobre lo que algo puedan aprender o enseñar. Al fin y al cabo, se aprende de lo bueno y de lo que no lo es; o sea, de lo que es y lo que no-es. Recuerden que ustedes también son lo que no son. […]

Cuando publiqué Moiras chacaritas, ya lo he indicado de alguna manera en el fragmento de la presentación reproducido, sabía que cerraba una etapa de mi vida o, por decirlo de algún modo, que a partir de este libro mis empresas librescas iban a tomar un nuevo rumbo: a mejor, a peor, a más de lo mismo o, incluso, que todo acabase proa al marisco, o sea, que se hiciese realidad lo que en noviembre de 2011 expuse en “Pescaditos de oro”, el prólogo que realicé para los Artículos de Prensa 1 (1993-1995) de mi padre (Beginbook Ediciones): «[…] Con la misma energía con la que empezó a plasmar por escrito sus opiniones, dejó de hacerlo; en ambos casos, jamás vislumbré ni emoción ni desencanto. Sé que la experiencia le satisfizo mientras duró; y me consta, además, que no la echó de menos en los años posteriores a su último artículo […]»

Dado el camino andado en los últimos cuatro años, hay dos incuestionables certezas: por un lado, que Moiras no fue el epitafio de ningún haraquiri, pues, precisamente, sin hacer nada en menesteres editoriales no he estado en todo este tiempo; por el otro, que la obra supuso para mí el inicio de una nueva etapa como juntaletras.

Sobre estas verdades y otras semejantes[10] que orbitaban en la galaxia sadalone.org estuve meditando durante mi peregrinación a una de las mecas queeneras: Garden Lodge, situado en el número 1 de la calle Logan Place; el lugar donde Freddie Mercury debió musitar un «It’s bliss» con el que dejó la nada terrenal para acceder al todo de la eternidad.

Sin que quepa puntualizar nada sobre la indiscutible diferencia de calidades que hay entre los quehaceres de Queen y los de un servidor, concluí en esos días que, por analogía emocional, en mi ruta demiúrgica Moiras chacaritas era mi particular Live Killers; y me pregunté sobre cuál sería mi Magic & Wembley. La musa que estaba de guardia en ese momento me apuntó un enigmático: «Está ya hecho, pero tiene que hacerse». La revelación ya estaba hecha y lo único que debía hacer era cumplir con el designio. Así floreció en mi entendimiento estas Articulaciones 2011-2014.

Si Magic & Wembley cierran la segunda etapa de Queen; el libro que nos convoca está llamado a hacer lo propio con la que debería reconocerse como mi segunda etapa libresca. Lees, pues, las páginas de alguien que siente sobre sus hombros el peso de una inevitable tercera etapa textual; alguien que, sin más live con el que establecer una asociación, es consciente de que los perfiles de la próxima semejanza es muy posible que ya estén fijados: la escultura que Elena Sedlecká hizo de Freddie Mercury y que ilumina con su presencia el hermoso lago de Montreux es la referencia simbólica de una tercera fase que debería desembocar en las formas de una pirámide acabada donde, frente al mar que me contempla todos los días, debería aparecer un escueto e intenso Esto es todo, amigos.

Como este camino todavía está por andarse, ciñámonos a estas Articulaciones, las cuales han nacido, como ya ocurriera con Moiras chacaritas y como debería ocurrir con ese, quizás lejano, Esto es todo, para volver la vista a lo recorrido fijando, a través de un minucioso e inclemente proceso de reescritura, aquello que debería perdurar en el tiempo, aquello que debe ser clave para entender el sentido de una existencia y justificar de algún modo los pasos dados y los que no se llegaron a dar; aquello, en suma, que debería ayudar a componer una última declaración previa antes de la última exhalación, una suerte de «It’s bliss» en la que uno pueda decir: «Valió la pena haber vivido esta vida».

Todo libro es el acta notarial de un estado sincrónico conformado por la esencia diacrónica de unas ideas, unas sensaciones, unos pensamientos… Un algo que siempre ha estado ahí y sobre lo que se tiene la clara conciencia de que debe sobrevivir a su autor porque es el retrato impreso de su alma y de su noción sobre la inmortalidad. Si esto señalo sobre cualquier libro, ¿qué posición puedo adoptar ante un libro de libros como Moiras o Articulaciones? ¿Qué matices hacen que estos bíblicos tomos sean para mí tan especiales? Aventuro una respuesta: quizás la percepción de que en sí mismos bastan para justificar una escuetísima presencia en el largo eje cronológico de la Humanidad.

Lo apunté con mi Live Killer y debo hacerlo ahora con el que hace de Magic & Wembley: tras estos libros, ya puedo dejar para siempre la escritura, pues todo lo que tenía que decir, contar y compartir hasta el momento de su publicación ya está dicho. Ellos hablan por mí y en ellos me reconozco, pues a mi imagen y semejanza se compusieron, y son de todos mis hijos los más queridos, pues cuidan de sus hermanos y consuelan a su padre.

Pero hay un algo que los diferencia, al margen de que el segundo abarca más tramo demiúrgico que el primero, como ocurre con los live de Queen. «¿Qué es?», me preguntarás; y yo no sé muy bien cómo exponerlo, pues se encuentra la respuesta en lo más oculto de mi intelecto. Sé que existe la razón, el motivo, el porqué son diferentes, mas no sé con qué sacar del profundo recoveco de mi jardín la palabra exacta, la oración que debe iluminar la contestación a la cuestión planteada. Moldeo una bella palabra: Gratitud; y sobre ella soplo, para darle vida, otra palabra: Muerte… Dos palabras para dar sentido a una vida, sin duda.

Moiras chacaritas se compuso desde la fortaleza que representaba un ‘yo’ intensamente individual. El universo de estas páginas gira en torno a la idea de una convivencia con las parcas, quienes tejieron para mí el sudario sobre el que deposité las impenitentes 55 articulaciones que lo componen. Cada una fue colocada con la misma devoción del que ama sabiendo que no habrá un mañana. Se cincelaron en sus páginas cada palabra, cada oración, cada idea… para que el viento del tiempo no erosionase el mensaje, no pervirtiese el sentido ni desmoronase la esencia de esta biblia de la mismidad.

Acabada la obra al sexto día; al séptimo, descansé. Pero al octavo, seguí. Como Live Killer, mi Moiras chacaritas no trajo consigo ninguna especie de tregua. El tránsito de la primera etapa a la segunda no fue drástico ni requirió de un tiempo para aclimatar el estilo. Surgió porque tenía que surgir, porque sentía la necesidad de explorar nuevos campos en los que fijar nuevas escrituras.

Pero ahora siento que algo ha cambiado, y para mejor, sin duda alguna. Con Articulaciones el ‘yo’ singular se ha convertido en un entrañable ‘nosotros’ en el que, a través de 25 piezas textuales (veinticinco…), corporizo mi cosmovisión a través de los enriquecedores mundos literarios de muchos amigos. De ahí la palabra “gratitud”. ¿Qué otra cosa puedo sentir por todos los autores sobre cuyas magníficas obras hablo en estas páginas y que me han concedido el privilegio de sus palabras y el honor su trato? ¿Con qué vocablo que no sea “gracias” puedo dirigirme a las personas que han logrado que me sienta premiado por la vida porque me han acompañado en mi camino y me han regalado su afecto y su inmensa amabilidad? Solo puedo ampliar la magnitud de mi agradecimiento (“muchas gracias”, “muchísimas gracias”…), mas siento que me quedo siempre corto.

1401 días separan Moiras de Articulaciones. Mil cuatrocientos un instantes de experiencia vital, de latidos humanos e intelectuales sobre los que he cabalgado sin concederme un descanso, llevando al límite mi resistencia para cumplir con el cometido de modelar con la mayor exactitud posible esta particular crónica de mis pensamientos, mis ideas y mis creencias; esta encubierta autobiografía de mis cuarenta y una estaciones terrenales; esta demostrable radiografía del alma, los ánimos y los sentimientos. Tres años, diez meses y un día, mil cuatrocientas una pulsaciones han bastado para sentir la necesidad de este Magic & Wembley que me recuerda que todo es efímero y que conviene no descuidar lo que importa: dar las gracias a quienes tanto bien me han hecho, dejar constancia imperecedera de esta gratitud y tomar conciencia de que no puedo ni debo descuidar el acabado de mi pirámide, que con tanta nitidez ya veo en el horizonte.

Articulaciones se diferencia de Moiras en el profundo agradecimiento que destilan las páginas de este libro. Cuantos aparecen consignados en la contracubierta y el índice final, y cuanto aparece señalado (títulos, lugares, entidades, instituciones…), forman parte, de una manera u otra, de sadalone.org y es justo y necesario en este libro de gratitudes que sean mencionados, pues todos han contribuido a forjar una escritura con la que me identifico, una escritura que es deudora de la libertad y que, con pudor y pobreza, pues para mucho más no ha querido la naturaleza que estuviese preparada, ha sido modelada con el único deseo de poder contribuir, como un ciudadano más de la Tierra, al mejor mundo posible.

Pero todavía hay algo más que diferencia a Moiras de Articulaciones: mi Live Killer me libraba de seguir escribiendo y me autorizaba de manera ligera a dar por cumplido el cauce de mis años; la envolvente esencia de Articulaciones, con más legitimidad por su precisión, ya justifica en sí mi existencia y dicta el surco en el que debería fluir lo que me resta de trayectoria editorial. Me impele a continuar con mi labor y redondea de manera firme mi percepción de que, cumplido con mi cometido, ya puedo dejar que el resto de agua vaya como quiera hacia el mar. He aquí los márgenes en los que entra el segundo término que da sentido a una vida: la muerte como punto cardinal.

En mi peregrinaje a Garden Lodge llegué a descubrir, a través de la señalada analogía emocional, que ese Magic & Wembley que era obligatorio empezar a componer nada más llegar a Gran Canaria no solo servía para confirmar el final de una segunda etapa y constatar la presencia de un proceso evolutivo que me debía permitir musitar un «It’s bliss», sino que el hecho mismo de existir Articulaciones ya suponía la asunción de un compromiso personal: enlosar la ruta que debe conducirme al colofón de una esperada tercera etapa. O lo que es lo mismo: este libro anuncia que habrá una fase siguiente, la que ya estoy viviendo de lleno, tan intensa y enriquecedora como todas las anteriores; pero, al mismo tiempo, me libera de pensar qué habrá más allá del límite, pues la tercera, como lo fue la de mis referentes creativos (Queen y Cervantes), implica la aceptación de que esta ha de ser suficiente para el cierre perfecto de un periodo que muy bien podría ser el de la propia existencia. Y aunque nadie sepa lo que va a ocurrir pasado mañana en tanto que desconoce lo que mañana le deparará el azar, el hecho de situar en la incertidumbre del futuro cierto orden simétrico y coherente con lo que se ha aceptado como parámetros válidos para trazar equivalencias concede al espíritu cierto sosiego, pues anida en el ánimo de este juntaletras, salvando las distancias, claro está, el deseo de emular a los que han sido sus guías espirituales procurando para ello cerrar de la mejor manera posible la empresa editorial que ocupa mis días.

Si el final de mi industria coincidiese con el de mis pasos, por bien dados los daría, pues nada concede más tranquilidad al alma que saber que todo está como uno considera que debe estar. Las circunferencias cerradas son las que reconcilian al ser humano que es consciente de su condición mortal con los dioses del tiempo y de la memoria rediviva. Hay quienes han buscado en los hijos estos cierres; los hay que han buscado en el mundo laboral la unión de los extremos del segmento; no faltan los que ven el sentido de esta inmortalidad en la entrega a los demás y no sobran los que han querido ver en sus obras creativas (culturales o artísticas) la vía adecuada para enlazar los cabos de la línea recta.  Yo busco el broche en mis textos y siendo Moiras y Articulaciones los llamados a ser los testamentarios libros de mis libros, tan pronto como han visto la luz he ganado la paz de las extremaunciones, pues menos pesar me ha de causar ya el morirme, aunque haya firmado con las parcas, bajo el signo de una confesada tercera etapa editorial, una declaración formal de aliento vital hasta que, por lo menos, sea depositada en su lugar la cúspide de mi edificación.

Gracias, Jorge, por tu amistad y tus siempre firmes y generosas atenciones hacia mis proyectos editoriales. Muchas gracias por haberme permitido trazar los límites de la circunferencia y por darme la paz de saber que el camino iniciado contigo, contigo lo he de acabar.

Gracias, Nuria, por tus aportaciones en este libro, por tus maravillosas contribuciones a todos mis libros y, por extensión, a mi cosmovisión. Muchas gracias por tus infinitamente enriquecedores dones con los que has cubierto mi tramo existencial.

Y a ti, Patri, mi patria, muchísimas gracias por todo. Para ti, como homenaje de gratitud, van estas Articulaciones 2011-2014, humildes piezas que has visto nacer y que por ti han sido bendecidas. En los interlineados de cada párrafo te hallas; lo sabes, lo sé, lo sabemos y ahora toca que todos los sepan, pues siempre has estado cerca de estas escrituras, las cuales, gracias a tu mágica presencia, han sido invocadas por este peregrino para formar parte de un volumen que deberá sobrevivirnos.

Pasarán los años y de la cuna llegaremos al ataúd, todo se acabará en algún momento y de alguna manera, los caminos confluyentes se separarán… Lo sabemos, sabemos que esto será así. Desconocemos el cuándo, el dónde y el cómo, mas no el qué. De ahí que la metafórica paz de las extremaunciones me abrace y consuele con este libro en las manos, con estas dedicadas Articulaciones, pues quedará para la posteridad que hubo un dichoso 25 de octubre (veinticinco…) en el que nació un ángel y hubo un 25 de octubre (veinticinco…) en el que vio la luz, como celebración del hermoso natalicio, este tomo tan especial para mí. Casadas están ya las dos efemérides. Dan fe de esta unión los amigos que lustran estas páginas y cuanto en ellas se cuenta, se expone, se comparte y se ofrece, todo ello con la modestia propia de los frailes que solo alcanzamos a proponer y nunca a disponer…

Podrán las parcas exigir el cumplimiento del contrato, 
mas no disolver lo que ha surgido para la eternidad.

25 de octubre de 2014

Articulaciones


[1]. “Let Me Entertain You”, “Bicycle Race”, “Dreamer’s Ball” y “Don’t Stop Me Now”.

[2]. No cuento en la enumeración el breve esbozo de “Mustapha” que sirvió de preludio a “Bohemian Rhapsody”. Del disco Queen [13/07/73] procede el tema “Keep Yourself Alive”; de Sheer Heart Attack [08/11/74]: “Killer Queen”, “Now I’m Here” y “Brighton Rock”; de A Night at the Opera [21/11/75]: “Death On Two Legs (dedicated to…)”, “I’m In Love With My Car”, “You’re My Best Friend”, “Love Of My Life”, “’39”, “Bohemian Rhapsody” y “God Save The Queen”; de A Day at the Races [10/12/76]: “Tie Your Mother Down”; y de News of the World [28/10/77]: “We Will Rock You” (dos versiones), “Get Down Make Love”, “Spread Your Wings”, “Sheer Heart Attack” y “We Are The Champions”. Incomprensiblemente, ninguna canción de Queen II [08/03/74] tuvo hueco en este Live Killers, a pesar de contener esta grabación auténticas joyas, como: “The Fairy Feller’s Master-Stroke”, “Nevermore”, “The March of the Black Queen”, “Funny How Love Is” o “Seven Seas Of Rhye”.

[3]. Sería de necios no atender a un hecho incuestionable: la aparición de una quinta función —a caballo entre la explicitud y la “implicitud”— en forma de deseo mercantil por satisfacer periódicamente la demanda de los consumidores de productos discográficos sin que ello suponga la intervención directa de los músicos y, al mismo tiempo, el propósito de mostrar con ciertas garantías a los organizadores de conciertos el acierto de contratar a la banda para que actúe. Como este quinto interés nada tiene que ver con la línea argumental que deseo seguir, quede este apunte en los márgenes de esta nota y valórese como la firme intención de este insignificante juntaletras por no desatender todos los frentes que da de sí el tema abordado.

[4]. La gira “Jazz Tour” terminó a principios de mayo de 1979 y a finales de año se enchufaron en lo que se denominó “Crazy Tour” tras la publicación del single “Crazy Little Thing Called Love” [05/10/79], que servía de adelanto a lo que vendría a ser el noveno disco de Queen: The Game [30/06/80]. Una prueba más determinante de este no-descanso fue la grabación, entre junio y julio de 1979, de cuatro temas del disco (el citado “Crazy…”, “Sail Away Sweet Sister”, “Coming Soon” and “Save Me”), y del resto de las canciones entre febrero y mayo de 1980, con todo lo que ello trae consigo con respecto a tareas como la de componer, ensayar, etc.

[5]. The Game es una buena prueba del nacimiento de una nueva vía creativa.

[6]. Tras esta gira, Queen no volvió a pisar un escenario. El último concierto en directo que realizó la banda británica fue el que celebró, ante 140.000 espectadores, el 9 de agosto de 1986 en el Knebworth Park de Stevenage. Hablo de lo que cabría calificar como el Queen-verdadero, el que sostenía sobre el escenario los cuatro magníficos apuntados, aquel en el que reinaba Freddie Mercury; y no el fake que tras el Made in Heaven  se han empeñado en apuntalar (no sé muy bien por qué) Brian May y Roger Taylor.

[7]. «[…] Tras la muerte de Freddie, terminó la vida de Queen. Queen era Freddie y sin Freddie no había Queen. Lo único que cabía esperar de los supervivientes de la formación no era otra cosa que el rescate de materiales ya grabados y almacenados a la espera del momento en el que debían ver la luz, como hicieron con el Made In Heaven, por ejemplo. En este sentido, coincido con la postura adoptada por John Deacon de retirarse de Queen tras la desaparición de Mercury. […] El concierto de homenaje a Freddie Mercury que se celebró el 20 de abril de 1992 en el Estadio de Wembley debía representar la primera vez que se reunía el grupo sobre un escenario después de Knebworth Park, esta vez sin el rey de la reina, y la última. Ningún otro evento, salvo los vinculados a efemérides especiales de Queen, debía volver a concentrar al resto de la banda. […] Cada uno podía desarrollar una carrera en solitario exitosa al margen de Queen. Brian y Roger ya habían caminado mucho al respecto. ¿Qué necesidad tenían de seguir hurgando con un proyecto musical al que le faltaba lo más importante: su alma, el gran Freddie Mercury? […] Tras el concierto de homenaje, hay un concierto que falta y que sería maravilloso ver hecho realidad: Wembley abarrotado de leales a Queen, los supervivientes de la banda sobre el escenario y el público cantando las canciones. Sería, sin duda alguna, el más grandioso karaoke jamás realizado y la muestra más relevante de cuánto echamos de menos a Freddie. En noviembre de 2016 se cumplirá el primer cuarto de siglo de su marcha, ¿no merece la pena intentar un homenaje como este? […]». Esta cita corresponde al apartado “La plaga mató al rey de la reina” que aparece en mi libro, todavía sin publicar, Con cierto final.

[8]. Aunque hable de Queen, el proceso creativo de Cervantes, centrado en su producción literaria, también puede distribuirse en tres grandes etapas, focalizadas en buena medida desde la perspectiva de sus novelas, que son las que más fama le han dado: desde sus primeros textos hasta La Galatea (1585), donde predomina un Cervantes eminentemente renacentista; desde La Galatea hasta las Novelas ejemplares (1613), donde surge, con visos autobiográficos y tras unos pesarosos años, la figura de don Quijote a través de la composición de la primera parte de la célebre obra (1605); y de 1613 hasta el año de su muerte (1616), etapa en la que el célebre alcalaíno realiza casi toda su producción novelística y, con ello (sobre todo gracias a la segunda parte del Quijote, publicada en 1615), confirma su pase al grupo de los eternos.

[9]. A Freddie Mercury debo el acceso a grandes convicciones que llegaron hasta mí sin las pretensiones propias de una emulación que anulase mi visión del mundo, sino como inspiradoras sugerencias creativas que, como juegos imaginativos, me ayudaban a consolidar pensamientos, ideologías y creencias…

Composición elaborada a partir de la foto King Mercury de Peter Hince

Imagen realizada para sadalone.org en 2011

[10]. Como que mis primeras palabras literarias, al margen de aquellas que hallaron apacibles voluntades en mis años de bachiller en el IES José Arencibia Gil, nacieron bajo el sino de una evocación lírica que englobé, por inevitable adhesión sentimental, bajo el epígrafe “La plaga mató al rey de la reina”. Aquellas palabras tuvieron un hueco en el recital Manifiesto poético último celebrado, bajo la iniciativa Plazuela de las Letras, en el Centro Insular de Cultura el 28 de enero de 1992.

Foto de Nacho González (La Provincia, 30 de enero de 1992)